08.05.2013 Views

Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

El griterío lo interrumpe, y aunque ninguno sabe leer excepto <strong>el</strong><br />

jefe y Sandoval, comienzan a chillar:<br />

—El Albino, El Albino...<br />

Éste, que ha aprendido a d<strong>el</strong>etrear su nombre, se ad<strong>el</strong>anta al político<br />

y con un par de movimientos secos detiene <strong>el</strong> escándalo. Algo<br />

dice acerca de agradecerle a cada uno su cuota de sacrificio. Agrega,<br />

con más fuerza, que hay mucho por hacer pues todavía existen<br />

algunos que se oponen al progreso. Vu<strong>el</strong>ve a ver a lo lejos a Sandoval,<br />

quien no se movió de donde estaba. “Pero que prontito” no<br />

podrán parar las fuerzas d<strong>el</strong> avance. Un aplauso y unos pocos chillidos<br />

acompañan la sonrisa de satisfacción grasienta d<strong>el</strong> jefe. Cree<br />

que con ponerle aqu<strong>el</strong> nombre a la calle logrará mayor lealtad, por<br />

si hiciera falta. Que <strong>el</strong> resto de los miserables esté cada vez más de<br />

su lado al sentir que si El Albino tiene tal honor en realidad es d<strong>el</strong><br />

pueblo. Y que, en una que va y en otra que viene, quien quita un<br />

quite y para la siguiente calle tal vez les toque a <strong>el</strong>los. Se pasa y repasa<br />

la gorda y babosa lengua d<strong>el</strong> pensamiento interior. Se dice que<br />

esta es otra más de sus jugadas maestras. No sospecha.<br />

El grupo se acalora más y, con <strong>el</strong> aparecer de la primera estr<strong>el</strong>la<br />

en <strong>el</strong> firmamento, todavía con su puñado de claridad, alguien su<strong>el</strong>ta<br />

las bombetas d<strong>el</strong> juego de pólvora que ha aguardado su turno a la<br />

par de la tarima. Un puñado de luces, un grito de colores, se queda<br />

colgando por un pestañeo de la oscuridad que se estrena. Antecede<br />

<strong>el</strong> que los músicos, desde <strong>el</strong> corredor principal, por igual borrachos,<br />

comiencen como salvajes a rechinar sus instrumentos.<br />

—<strong>Sal</strong>ud —es lo último que se oye de El Albino.<br />

<strong>En</strong>seguida sólo hay brincos, gritos y ardor de gargantas y de entrepiernas<br />

en <strong>el</strong> regreso hacia <strong>el</strong> ranchón.<br />

Sandoval ha permanecido rascándose la barbilla. No se ha movido<br />

d<strong>el</strong> lugar que escogió para acomodarse, diagonal al ranchón. Desde<br />

ahí puede ver y escuchar al político. Se ha mostrado como quien no<br />

quiere la cosa. Al regresar todos a volver a comer, beber y brincar<br />

con la música que pronto será una inundación, se cuida de no dejar<br />

duda de su desprecio. Al estar <strong>el</strong> homenajeado a unos pasos, Sandoval<br />

se levanta como si no hubiera ocurrido nada y se echa un trago<br />

tan largo que provoca la admiración de la concurrencia. Al llegar El<br />

Albino, le ofrece la garrafilla con un “¡<strong>Sal</strong>ud compadre!” retador. El<br />

otro no responde. Sigue su camino detrás d<strong>el</strong> jefe político, que busca<br />

cómo meterse en <strong>el</strong> ranchón.<br />

—¿Qué? ¿No le habrá entrado tembladera por un trago? —reta,<br />

33

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!