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Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

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para ahogarlo. Por una hendija ve la punta de la cuerda con que<br />

apuntaló <strong>el</strong> guanacaste. Se estira unas migajas, más allá de lo que<br />

puede, con costos alcanza a rozarla con la punta d<strong>el</strong> anular. Se fuerza<br />

a adentrarse contra los troncos, enterrándose las muchas astillas<br />

salidas. Si acaso <strong>el</strong> índice toca la punta de la cuerda un par de veces.<br />

Se desgarra los brazos y araña los dedos al tratar de estirarse. El<br />

mecate se mueve igual que una culebra a la que recién hubieran cortado<br />

la cabeza. Son tres puntas de dedos las que tocan <strong>el</strong> extremo.<br />

De pronto una bola de p<strong>el</strong>os brota d<strong>el</strong> agua. Es El Pato que escupe<br />

antes de agarrarse a una raicilla por la que sube, tambaleante, hasta<br />

quedar sobre una rama. Al sacudirse mueve la cuerda. Sandoval intenta<br />

silbarle. El animal lo mira y de inmediato vu<strong>el</strong>ve la mirada<br />

hacia las fibras mojadas que le señala. El otro se estira hasta clavarse<br />

una espina de uno de los troncos. Se rompe la nariz.<br />

Casi lo logra: roza los empapados hilos de su salvación. El perro<br />

hu<strong>el</strong>e los dedos, después <strong>el</strong> mecate. Mientras <strong>el</strong> agua trata de morderle<br />

la boca a lo que le tocó de amo, <strong>el</strong> animal husmea la cuerda, la<br />

atenaza y se queda inmóvil, levemente más cerca de donde estaba,<br />

en tanto <strong>el</strong> boquete entre <strong>el</strong> nudo de raíces y ramas se acerca. No lo<br />

suficiente. El pecho le salta a Sandoval, que suda h<strong>el</strong>ado, a chorros,<br />

y tiembla sin poder controlarse. Esto le da rabia. Aunque por lo menos,<br />

y es lo último que debió pensar si <strong>el</strong> corazón hubiera dejado, no<br />

daría gusto y no se iba a morir ahogado. El Pato tuerce <strong>el</strong> pescuezo,<br />

ladea <strong>el</strong> tronco y su<strong>el</strong>ta la cuerda antes de bambolearse entre la resbaladiza<br />

madera. Medio camina y vu<strong>el</strong>ve a detenerse. Ve la cuerda a<br />

un imposible palmo de la mano d<strong>el</strong> hombre, quien no se revu<strong>el</strong>ca<br />

más entre <strong>el</strong> charco y deja los ojos tan abiertos que parecen a punto<br />

de estallarle. Con <strong>el</strong> azul tan pálido que se ve blanco. Y por primera<br />

y única vez en su vida ensaya, malamente, un rasposo quejido que<br />

le saca sangre al gaznate y que pretende ser aullido. El hocico, chupado<br />

por <strong>el</strong> agua, apunta al ci<strong>el</strong>o. Parece ver la nube, minúscula,<br />

como un pájaro que de haber podido se la habría comido. Una sacudida<br />

precede su marcha antes de voltear, para alejarse, <strong>el</strong> resto de las<br />

tripas, la armazón de huesos, la sombra y la cola, todo envu<strong>el</strong>to en<br />

<strong>el</strong> colgadero d<strong>el</strong> p<strong>el</strong>lejo mojado. Sólo la cabeza se queda unos instantes<br />

hacia <strong>el</strong> amo. Espera que en un último momento haga algo,<br />

pero Sandoval permanece como otra rama entre <strong>el</strong> agua.<br />

149<br />

San José,<br />

2004-2008.

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