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Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

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¡Acuérdese, no me falle o quién sabe lo que le puede pasar a los<br />

gem<strong>el</strong>illos, las crías esas suyas!<br />

El Albino remarca las palabras, al referirse a la pareja que nació<br />

después d<strong>el</strong> “favorcillo” que le hiciera, y que ahora al menos sirven<br />

de palanca. Los gem<strong>el</strong>illos más parecen fantasmas, deambulando<br />

por las esquinas más sombreadas d<strong>el</strong> ranchón, sin hablar casi. A duras<br />

penas respiran. Es claro para él, y para la propia madre, en particular<br />

por <strong>el</strong> brillo en los ojos de quien descubre que la edad les cayó<br />

encima a los “cagados”, que comienzan a despuntar. Se hu<strong>el</strong>e en <strong>el</strong><br />

aire que en cualquier momento El Albino va a estrenar por la fuerza<br />

a la gem<strong>el</strong>a, y quien quita sino hasta al propio gem<strong>el</strong>o... No sería la<br />

primera vez. Aun cuando la madre no siente nada por las criaturas<br />

producto d<strong>el</strong> veneno que le clavó <strong>el</strong> endiablado, pensó, alguna vez<br />

que estaba casi sobria, olvidándolo a la segunda bot<strong>el</strong>la, que estaba<br />

dispuesta a retrasar lo inevitable. Incluso alcanzó a desear que nunca<br />

llegara a tener a los güilillas. “¡Dios no lo quiera!”, se machucó, roja<br />

de una furia apagada, “por lo menos para no darle ese gusto a aqu<strong>el</strong><br />

demonio de hombre”.<br />

—<strong>En</strong>tonces —finaliza El Albino con una sonrisa que es más un<br />

escalofrío—, yo mismo me encargaré de finalizar <strong>el</strong> negocito.<br />

XLVI<br />

Un cimbronazo, con mucho <strong>el</strong> más grande sentido hasta ahora, sacude<br />

<strong>el</strong> polvo d<strong>el</strong> ranchón. El Albino, su esposa y la mujer de Sandoval<br />

quedan cong<strong>el</strong>ados. Borrachos y desparramados en la camota,<br />

han practicado todo <strong>el</strong> santo día lo que van a hacer con <strong>el</strong> jefe. Los<br />

tres vu<strong>el</strong>ven a verse antes de reír y de anudar las “desnudencias”<br />

hasta formar un sólo ovillo. Hace una semana una seguidilla de retumbos<br />

ha sido la señal de que <strong>el</strong> río estaba siendo desviado. Según<br />

los planes, aqu<strong>el</strong>lo traería un nuevo cauce y la primera de las tres<br />

últimas tierras que no tenían. Excepto “sus Gallos”, que estaban enterados<br />

pero no contaban; “eran unas tumbas”, nadie entendía. Si<br />

bien jamás iban a preguntar, por qué las aguas terminaban en una<br />

presa que El Albino mandó a hacer. Justo donde se separaban dos<br />

lomas medianas detrás de las cuales estaba la montaña. Y que<br />

ningún vecino puso atención en que quedaban frente a las tierras de<br />

Sandoval; menos éste. <strong>En</strong> <strong>el</strong> bosquecillo más tupido de por ahí, a<br />

donde tuvo que mandar enterrar a algunos inquietos y a los tres o<br />

cuatro rejegos que sólo así estuvieron de acuerdo en “darle” sus tierras.<br />

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