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Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

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casa de cualquier cochinada extraña. Algo haría porque ninguna cosa<br />

rara volvió a pasar”. Así recuerda Sandoval cómo la más vieja de<br />

las cocineras siempre contaba la forma de nacer d<strong>el</strong> niño, o sea él.<br />

Una cosa fue segura: a la gem<strong>el</strong>a, su madre, y a él, desde bebé, los<br />

patrones no los abandonaron. Así lo aseguraron la vieja criada y alguna<br />

que otra vecina de las épocas en que no quedaba otro remedio<br />

que oírlas hablar, cuando escaparse podía por la muerte de alguien,<br />

por un cumpleaños. Aqu<strong>el</strong>los días antes de que saliera de la casa de<br />

los viejos, “los patrones”, rumbo a su nuevo apartamento a poder<br />

estirar <strong>el</strong> su<strong>el</strong>do.<br />

“Él tiene ap<strong>el</strong>lido alemán, los ojos verdes, claritos, y mientan que<br />

de jovencillo tenía mucho p<strong>el</strong>o, lacio, lacio y rubiecitito. Dicen que<br />

era muy guapo. Aún ahora, con <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o blanco recortado para tratar<br />

de disimular la calva. Más de una todavía suspira al verlo pasar. Dicen,<br />

insisto, dicen, que en la corte un montononón de viejas terminaron<br />

hechas un nudo con <strong>el</strong> hombrote d<strong>el</strong> patrón.<br />

“Ella se puso <strong>el</strong> ap<strong>el</strong>lido d<strong>el</strong> esposo siendo de una familia acomodada<br />

de acá. No millonaria pero pudientillos. Era muy bonita. Se<br />

cuidaba mucho, nunca aparentaba la edad que tenía, ¡Claro!, ayudó<br />

que se teñía, todavía lo hace, <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o negritito, y que siempre fue tan<br />

d<strong>el</strong>gada. Dicen, repito, dicen, que tuvo un gran amorío con <strong>el</strong> jardinero<br />

de la quinta que tenían en <strong>el</strong> campo. Pobre muchacho, no se va<br />

estr<strong>el</strong>lando en una moto que le regaló la misma patrona. Quedó<br />

idiotizado de la cabeza y sin poder caminar.<br />

“Ahora están viejos, se acompañan. Tienen tres hijos. La mayor<br />

que se casó con un gringo y se fue a vivir a Europa. A veces viene,<br />

en especial para navidad, y hasta trae a la parejita que tuvo con <strong>el</strong><br />

esposo, bastante mayor que <strong>el</strong>la, por cierto. El muchachito de en<br />

medio es igualito que <strong>el</strong> tata y hasta juez llegó a ser, no se casó y,<br />

dicen, que es medio raro. Usted entiende, que es d<strong>el</strong> otro lado, d<strong>el</strong><br />

otro equipo. ¡Ay qué vergüenza! De los que mi nietillo dice que se<br />

les cae <strong>el</strong> yoyo, que llaman. Usted sabe... ¡Idiay!<br />

“Por último está la menor, una diabla entera. Tuvieron que mandarla<br />

a estudiar en <strong>el</strong> extranjero. Dicen, repito, dicen, que fue para<br />

esconder una panza que le pegó <strong>el</strong> jardinero. Claro, antes d<strong>el</strong> accidente,<br />

si fue accidente. La verdad mucho se habló pero al final nadie<br />

aclaró nada. <strong>En</strong> la quinta hacían barbaridades... La cosa es que ahora<br />

la diabla practica una r<strong>el</strong>igión rarísima y anda con la cabeza toda<br />

calva, no tiene hijos y ni come huevos ni carne”.<br />

(Gente de su condición, “temerosos de Dios”. Él, un europeo<br />

nacido aquí, juez pensionado de la Corte de Justicia, <strong>el</strong>la su “Señora<br />

de”, fina, educada. No podían dejar de dar la caridad que les era co-<br />

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