Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
en poco menos de un mes de conocida, pagándole doble para que en<br />
los otros días no se acostara con ningún otro cliente.<br />
Ella dijo “Está bien”. Se le ablandó la tontera que tenía en la cabeza<br />
y entre las piernas y se enamoró d<strong>el</strong> vendedor. Todos lo veían<br />
menos <strong>el</strong> antiguo licenciado de tan demasiado ocupado que pasaba<br />
como administrador. A nadie extrañó que un día la muchacha se<br />
fuera con <strong>el</strong> vendedor hacia la capital. Todo pasó porque <strong>el</strong>la contó,<br />
para darse importancia ante su nuevo hombre, acerca de que <strong>el</strong> abogado,<br />
“<strong>el</strong> mandamás d<strong>el</strong> Ci<strong>el</strong>o”, la última vez que se la cogió, muy<br />
pasado de guaro, le dio una escritura para que la resguardara, desdoblándola<br />
y mirándola como si supiera leer. El abogado confesó, al<br />
orinar en una bacinilla escarap<strong>el</strong>ada, para no tener que ir al baño que<br />
quedaba al fondo de la casona, que aqu<strong>el</strong>la escritura era d<strong>el</strong> terrenillo<br />
que daba a la playa de un antiguo y sonado enemigo de El Albino.<br />
Un tal Sandoval. Y que regresó a sus manos por esas vu<strong>el</strong>tas de<br />
la vida. Una noche de dados, guaro y hembras. Guardaba <strong>el</strong> documento<br />
para darles una sorpresa a sus dos socias, Uñita y Carnita, <strong>el</strong><br />
día en que lo volvieran a buscar para que les diera verga.<br />
La ráfaga de avidez que iluminó la cara al vendedor fue confundida<br />
por la gem<strong>el</strong>a con más deseo. Que, sumado al interés y palabreo<br />
que a partir de ese día tuvo con <strong>el</strong>la la convenció para que viniera<br />
con él a la capital además de que esa noche y las siguientes se<br />
la cogió como nunca, hasta la estrenó por detrás, lo que después de<br />
unas veces le encantó. La muchacha puso ojos de vaca degollada al<br />
pensar que al oírlo decir “la capital” no sólo era algo superior que<br />
<strong>el</strong>la merecía, junto a su muñecote, sino que significaba que lo de<br />
<strong>el</strong>los sí era verdadero “amorrrr”, palabra que ronroneaba su vendedor<br />
al ensartarla como si quisiera traspasarla. Como si se hubieran<br />
puesto de acuerdo, ninguno ni preguntó por <strong>el</strong>la, que por entonces<br />
andaba por los diecisiete. “El mandamás d<strong>el</strong> Ci<strong>el</strong>o” medio gruñó<br />
“Nadie está conmigo amarrado”. A su madre, si antes no le importó,<br />
menos ahora. La viuda de El Albino, Uñita, al año, una noche de<br />
sólo lluvia, cerró los ojos “Como los ang<strong>el</strong>itos recién paridos que<br />
nacen muertos”. Dicen que igualito pasó con Carnita, a la mañana<br />
siguiente, si bien no hubo seguridad. También dicen que esa noche,<br />
<strong>el</strong> gem<strong>el</strong>illo, Maceta, que semejaba una mariposa blanca, se echó a<br />
dormir y no despertó. Sólo <strong>el</strong> viejo abogado duró unos añillos más<br />
hasta que un mediodía cualquiera se murió de cagar sangre.<br />
LV<br />
122