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Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

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vino? ¡Ay mi muchachita...!<br />

La mujer lo vu<strong>el</strong>ve a ver tan directo que <strong>el</strong> recién venido siente<br />

que le recorre <strong>el</strong> alma hasta <strong>el</strong> último rincón. Se frota las manos<br />

contra la falda, que aparenta tener vida. Él cuenta que dice Elena<br />

que <strong>el</strong>la conoció a Sandoval, <strong>el</strong> padre de su madre. Que él también<br />

es Sandoval. La Negra levanta la mano derecha y lo calla, mientras<br />

confirma “¡Sí, los mismos ojos... pero d<strong>el</strong> otro!” <strong>En</strong> su lugar dice:<br />

—¡Con que Sandovalito! —y su<strong>el</strong>ta una carcajada.<br />

De inmediato pone <strong>el</strong> viejo rifle contra la pared d<strong>el</strong> rancho, antes<br />

de tomarlo de las mejillas, con fuerza y d<strong>el</strong>icadeza. Éste no olvidaría<br />

cómo brillaron los ojos de corta vista, al aproximarse para abrazarlo<br />

d<strong>el</strong> modo en que <strong>el</strong> mar recibe la luz d<strong>el</strong> sol.<br />

—Pase muchacho, para que nos tomemos una jarrito de café.<br />

La Negra se acomodó en una gastada mecedora e hizo que él se<br />

sentara en una banca que <strong>el</strong>la misma hizo. Aqu<strong>el</strong>la primera vez la<br />

vieja no dijo mucho, ni él preguntó. Lo que sí hizo fue comprometerse<br />

a contarle lo que sabía. Para él no estaba mal así. Se sentía<br />

cómodo en presencia de la vieja, cosa que no le pasaba a menudo.<br />

No le gustaba la compañía de las personas. Se preocupó, era la segunda<br />

vez que se sentía, tenía que reconocerlo, a gusto, o casi. Ambas<br />

muy seguidas, con Elena y con La Negra. Conforme las visitas<br />

transcurrieron la vieja abrió <strong>el</strong> buche. Como quien afloja la cuerda<br />

hasta que <strong>el</strong> pez se canse. Más después de que viniera en compañía<br />

de “Elenita”. Ella, desde que le contara acerca d<strong>el</strong> otro Sandoval, su<br />

abu<strong>el</strong>o, quiso conocer acerca de su existencia. Incluso más que él.<br />

<strong>En</strong>tiende y agradece que la muchacha intermediara. Sabe que sin esto<br />

la vieja no hubiera abierto <strong>el</strong> pico. Además de que siempre debía<br />

traer café. “Es <strong>el</strong> viciecillo que me queda”. Y nunca decirle nada de<br />

lo que <strong>el</strong>la contaría que tuviera que ver con la propia Elena. Su<br />

“Elenita”. Por lo menos hasta que <strong>el</strong> cuerpo se hubiera enfriado bajo<br />

sus tierras, donde quería que la dejaran tranquila.<br />

—Ya ve, a juzgar por lo que me dice, a lo mejor vaya yéndose<br />

primero usted que yo. Verdad Sandovalito —terminó de decirle.<br />

Detrás vino su gruesa carcajada, entre <strong>el</strong> tintineo de los jarros<br />

humeantes y olorosos. Y con <strong>el</strong>la <strong>el</strong> principio de la confianza más<br />

fuerte, que luego se les convertiría en cariño. A aqu<strong>el</strong>la vieja que<br />

moriría de vieja. A aqu<strong>el</strong> recién llegado que moriría tan joven. Nadie<br />

lo planeó. Durante las visitas anotó en su libreta, pocas veces escribió<br />

en la computadora portátil y la mayoría d<strong>el</strong> tiempo grabó. Si<br />

bien cada vez eran más conversaciones entre amigos. O “compañeros<br />

de fusilamiento”, gustaba decir la mujer, a quien hacia <strong>el</strong> final<br />

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