Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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XXXV<br />
El Albino la ve llegar desde la entrada d<strong>el</strong> ranchón. Acomodado sobre<br />
<strong>el</strong> marco de la puerta, le hace punta a un pedazo de madera para<br />
nada. Sabe desde hace días lo que va a decir:<br />
—Mire mujer, <strong>el</strong> carajo ese de Sandoval se volvió loco. Vea lo<br />
que le ofrezco. Es lo mejor.<br />
Ella se iría a vivir con <strong>el</strong> que era una puñalada clara y su esposa.<br />
Además de los dos mayores de Sandoval, también se llevaría a los<br />
gem<strong>el</strong>os. Los primeros, sin embargo, pronto estarían en la casa cural<br />
“Donde nada les iba a faltar y con suerte hasta podrían estudiar”.<br />
—No hay manera de razonar con un loco —agregó—. El día<br />
menos pensado lo encontramos muerto. O peor. Usted sabe lo que<br />
puede llegar a hacer alguien así... Avéngase. Mañana, si quiere. Usted<br />
y los suyos pueden dormir ahí atrás —señaló <strong>el</strong> cuarto donde él<br />
la había violado—. Quién quita un quite mujer y hasta hombre consiga<br />
otra vez.<br />
Su sonrisa de medio lado se cortó al echarse un trago de aguardiente,<br />
para de inmediato escupir a los pies de la mujer de Sandoval.<br />
—¡Bravo me quedó este guarito!<br />
XXXVI<br />
“Nombre, si <strong>el</strong> jefe político era de a por derecho. Lo que pasa es que<br />
bebía mucho y de seguro se le reventó <strong>el</strong> hígado. No es <strong>el</strong> primero<br />
ni será <strong>el</strong> último, mi comandante. Qué barbaridad. Pero en fin, así es<br />
la vida y hay que seguir. El muertico al hoyo y <strong>el</strong> vivito al bollo.<br />
“Mi comandante, yo lo entiendo y creo que tiene razón. A lo mejor<br />
está usted en lo correcto con hacerme <strong>el</strong> nuevo jefe. Ya ve, hasta<br />
<strong>el</strong> finado pensaba lo mismo, al dejarle al cura <strong>el</strong> testamento donde<br />
me nombraba <strong>el</strong> heredero de las tierras. A lo mejor y sí es cierto que<br />
yo de verdad sirvo para ordenar.<br />
“Ya va a ver, no lo voy a defraudar. Si Dios ha querido que las<br />
cosas sean así, quién soy yo para contradecir. Verdad, mi comandante.<br />
Para que vea, yo también estoy de acuerdo en que un aumentito<br />
para usted de fijo es lo mejor. Ah, claro. Y esta muchachita, que<br />
es como una hija para mí, y no ha sido tocada por nadie, va a irse<br />
con usted para ayudarle en las labores de la casa. Está tiernita pero<br />
yo sé que usted mi comandante me la va a instruir, no es cierto…”<br />
...ensayaba El Albino para estar listo en <strong>el</strong> que sentía era <strong>el</strong> cada<br />
vez más cercano momento de su triunfo total.<br />
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