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Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

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la satisfacción de sentirse admirados por hacer “lo correcto”. La<br />

fuerza de la costumbre, y <strong>el</strong> reconocer que este proceder no me perjudicó<br />

sino que por <strong>el</strong> contrario me dio techo, comida y estudio, me<br />

permitió no juzgar la sinceridad de las intenciones de los dos viejos.<br />

Nunca les tuve rencor. Tampoco cariño. Una distancia que se confundía<br />

sin problemas con sumisión, que no tenía necesidad de justificar.<br />

Una obediencia que sin mucho esfuerzo pasaba por respeto,<br />

creado, aceptado y engordado por la fuerza de la rutina.<br />

Mi madre murió muy joven. Dicen que no pudo rehacer ninguna<br />

ligadura de sentimientos que nos llevara a creer que éramos mamá e<br />

hijo, aparte de una cierta amabilidad establecida por la práctica. Ella<br />

no reclamó cuando los viejos me registraron en <strong>el</strong> acta de nacimiento<br />

con <strong>el</strong> ap<strong>el</strong>lido de <strong>el</strong>la y por partida doble, según se acostumbraba<br />

en aqu<strong>el</strong>la época: Sandoval Sandoval. Como si <strong>el</strong> universo se ensañara<br />

en su ironía. El primero una cuchillada. El segundo una mueca<br />

de desprecio. Con los años me convertí en un retraído que en la adolescencia<br />

tuvo un puesto de oficinista en la Corte. Esto me permitió<br />

alquilar un apartamento, cumplida la mayoría de edad, con la excusa<br />

de que quedaba cerca de la universidad. Quería vivir solo más que<br />

alejarme de la casa de los viejos, a quienes de todas formas veía poco.<br />

No por rencor sino porque los demás me asfixian. Supe que fallecieron,<br />

los dos juntos, de manera natural. Al leer la esqu<strong>el</strong>a en <strong>el</strong><br />

periódico llamé a la casa. Resulta que al no estar nombrado en <strong>el</strong><br />

testamento, los familiares dieron por sentado que otro me llamaría,<br />

con lo que nadie al final lo hizo. A veces pasa.<br />

No les guardo rencor. No les guardo nada. Bueno, a la menor sí.<br />

Por los viejos tiempos. Con <strong>el</strong>la me acosté por primera vez. Fue durante<br />

unas vacaciones en que me llevaron a la quinta que poseían<br />

allá en <strong>el</strong> campo. Tenían piscina. Una tarde pasó. Sólo estábamos<br />

<strong>el</strong>la y yo. Se quedó con la excusa de que tenía dolor de estómago y<br />

cabeza. Pero de pronto apareció desnuda, sonriendo, hecha un dest<strong>el</strong>lo,<br />

antes de echarse un clavado en media piscina. Ni recuerdo<br />

cómo, terminé entre sus nalgas, chapaleando en medio de la frescura<br />

d<strong>el</strong> agua. Penetrándola como un loco por detrás. Me guiaba, decía<br />

que era mayor. Yo me dejé. Ella fue la que vino hasta mi apartamento<br />

luego de que encontrara un sobre amarillo donde sus papás<br />

pedían que, al morir <strong>el</strong>los, me lo dieran. Nos saludamos con un par<br />

de sílabas. No quiso entrar. Me sentí aliviado. Se fue sin decir adiós,<br />

cantando un largo y agudo “OM”. Estaba arrugada y tenía manchas<br />

café en la cabeza rapada. Olía bastante mal. Adentro d<strong>el</strong> sobre amarillo<br />

venía uno blanco con la supuesta escritura de unas supuestas<br />

tierras que eran mías a partir de ahora debido a aqu<strong>el</strong>la supuesta<br />

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