Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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era <strong>el</strong> principal. Protegía a sus hembras, les cuidaba las cosas. Era lo<br />
más cercano a un amigo. Uno que, por si poco fuera, según <strong>el</strong> decir<br />
de las mismas viejas, se las cogía “de lo más ricamente rico”. Sin<br />
darse cuenta llegaría a administrar la casona, que serviría para un<br />
negocio mejor y más placentero que <strong>el</strong> de abogado. Aunque, ahora,<br />
a dos años de haberse levantado <strong>el</strong> acta de defunción d<strong>el</strong> jefe político<br />
y de El Albino, y que resultaba la misma fecha en que muriera<br />
Sandoval, <strong>el</strong> licenciado se creía en <strong>el</strong> paraíso. Toda vez que lo llamaban<br />
al cuarto que las dos viuditas escogieron para <strong>el</strong>las, desnudas,<br />
lamiéndose y chupándose, igual de tomadas que siempre, como<br />
si <strong>el</strong> tiempo les perteneciera sólo a <strong>el</strong>las. Una vez se le salió, y a partir<br />
de entonces se volvió una costumbre de tanto que les gustó, en<br />
voz alta, orgulloso, arrogante, provocando que siempre rieran, y lo<br />
volvieran a ver embobadas de enguarado respeto:<br />
—Como en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o verdad, como en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o de las putas.<br />
LII<br />
La casona, de dos pisos, estaba hecha de largas tablas de madera. El<br />
frente era verde, los costados en azul hasta la mitad y luego en rojo,<br />
hasta <strong>el</strong> techo. El interior lo tenía de blanco manchado. La vieja<br />
construcción, incrustada en medio de unos frondosos árboles de<br />
guanacaste era fresca en verano, con goteras en invierno y con ratas<br />
toda la vida. Lo mejor era que siempre podía verse <strong>el</strong> mar al ser tragado<br />
por <strong>el</strong> atardecer con sus chorros de fuego, en todos los de jaspes<br />
de anaranjado y amarillo imaginables. <strong>En</strong> aqu<strong>el</strong>la casona los<br />
gem<strong>el</strong>illos pudieron crecer sin que les faltara sustento ni vestido, pese<br />
a no tener una gota de cariño, guía, ni tampoco golpes ni humillaciones,<br />
son fantasmas entre los muchos cuartos que las dos viejas<br />
y <strong>el</strong> abogadillo llenaron de lámparas y de cuantas cortinas de colores<br />
chillones encontraron. A la parejilla le gustaba deambular, en<br />
particular por las noches, en la parte más metida de la casa. Ahí estaban<br />
varias pilas grandes y de doble batea, con un alambique para<br />
que la viuda de El Albino hiciera su apetecido licorcito. Más de una<br />
les salvó de morirse de hambre hasta que por fin decidieron dedicarse<br />
en serio a su fabricación.<br />
Quienes lo descubrían se aficionaban tanto a aqu<strong>el</strong> guaro que no<br />
podían dejarlo. No fue uno <strong>el</strong> que perdió todo entre los tragos, <strong>el</strong><br />
juego y los gemidos de los deseables y jugosos cuerpos, siempre<br />
semidesnudos. Aqu<strong>el</strong>las mujeres, las más alegres de toda la región,<br />
se paseaban orondas entre los cuartos donde vivían y trabajaban pa-<br />
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