Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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que dejara botados en la universidad, brota como un eructo, “Serotonina”.<br />
Le da cólera; primero, nunca le gustó la palabra; segundo,<br />
este recuerdo ni siquiera actúa como hipo o distracción; tercero, y es<br />
lo que peor lo pone, debido a la presencia de la muchacha no puede<br />
ni intentar evitar que una hormona se disemine por su cuerpo para<br />
dominarlo. “Igual que la locura, o <strong>el</strong> cáncer...”, piensa, “que hacen<br />
lo mismo, pero sin muchacha”.<br />
Un trago de saliva lo hace consciente de que, con <strong>el</strong> bambolear<br />
de sus brazos, en <strong>el</strong> próximo paso será inevitable que toque la punta<br />
de la nalga derecha. Está perdido. Por primera vez en mucho tiempo<br />
no le salta la excusa. La que evitaría arrojarse al sacrificio d<strong>el</strong> cráter<br />
de humedades de la especie. Cuando <strong>el</strong> roce parece inevitable, la<br />
chica se hace a un lado y se detiene. La descarga de una fila de dientes<br />
blancos y perfectos precede la r<strong>el</strong>ampagueante ceremonia de meter<br />
la tarjetita plástica en la ranura de la geometría plateada d<strong>el</strong><br />
llavín. Sandoval está seguro que pagó hasta <strong>el</strong> último parpadeo de la<br />
luz, en <strong>el</strong> dineral que le sacaron, legalmente, en este hot<strong>el</strong> que lleva<br />
por nombre su ap<strong>el</strong>lido.<br />
El parpadeo en la parte superior de la caja cromada, pasa de rojo<br />
a verde. Ella acciona la manija. Al abrir la puerta para darle paso, se<br />
inclina al señalar <strong>el</strong> interior de la habitación con <strong>el</strong> movimiento en<br />
semicírculo d<strong>el</strong> brazo. ¿Accidentalmente? su blusa deja ver unos<br />
morenos y firmes pechos, coronados por unos despuntados y diminutos<br />
tortolitos violáceos. Él pasa y siente que la garganta cruje,<br />
quiere creer de lo seca que está. Vu<strong>el</strong>ve a ver, tratando de escapar,<br />
hacia <strong>el</strong> fondo d<strong>el</strong> pasillo que insiste en permanecer solo.<br />
—Las toallas vienen enseguida —dice Elena muy profesional.<br />
Él quiere agarrarse a la frase a ver si logra salir de la impotencia<br />
en la que lo han dejado la idiotez evolutiva d<strong>el</strong> macho. Y su arraigada<br />
costumbre de hacerse a un lado ante cualquier cosa que pudiera<br />
tener un mínimo de vitalidad.<br />
—<strong>En</strong> <strong>el</strong> mini bar —agrega detrás de sus ojos azules, cuya pupila<br />
tiene dest<strong>el</strong>los dorados— encontrará bebidas, chocolates y semillas<br />
tropicales, recomiendo las de marañón por si no las ha probado.<br />
Aquí está mi tarjeta. Recuerde, me encontrará a su servicio los días<br />
que esté con nosotros.<br />
Mientras la muchacha estira su mano para despedirse, él, de una<br />
forma inconsciente que le provoca cólera, estira una mueca que pretende<br />
ser una despedida con beso, la cual rectifica de inmediato. Espera<br />
que <strong>el</strong>la no haya notado su comportamiento, que se le salió<br />
“por lo cansado d<strong>el</strong> viaje”. Es demasiado tarde: mientras él intenta,<br />
al menos en su mente, alargar su mano para responder la despedida,<br />
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