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Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

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truco una conserje y los cinco profesores más viejos. <strong>En</strong> un principio<br />

juraron que se quedarían por un período lectivo, ahora nadie recordaba<br />

cuánto llevaban dando clases.<br />

El segundo al mando era <strong>el</strong> profesor de matemáticas. Un cuarentón<br />

moreno, escurrido, con cara de idiota, p<strong>el</strong>o liso y humos de<br />

int<strong>el</strong>igente. Seguía <strong>el</strong> de ciencias, de cincuenta y tantos, p<strong>el</strong>o castaño,<br />

alto, flaco, nariz ganchuda, cara colorada, labioso y de una pi<strong>el</strong><br />

igual que la leche cruda. Era inseparable d<strong>el</strong> profesor de música,<br />

calvo, redondo y colorado, de la misma edad y la misma mirada “de<br />

mosquita muerta”, como les decían los otros al querer molestarlos al<br />

insinuar que entre <strong>el</strong>los se daba quién sabe qué. El de español, un<br />

viejo solitario que debía de estar pensionado, era <strong>el</strong> bromista d<strong>el</strong><br />

grupo. Moreno, inflado, de mediana estatura y cara cuadrada, rematada<br />

con grandes y gruesos anteojos, boca ancha, rodeada de gran<br />

papada y coronada por un grueso bigote negro. <strong>Sal</strong>picado por p<strong>el</strong>itos<br />

blancos, decía ser escritor sin que nadie hubiera leído nada de él.<br />

Excepto las espantosas motivaciones que, para las fiestas patrias,<br />

redactaba y hacía que los alumnos recitaran en <strong>el</strong> chorro de actos<br />

cívicos.<br />

La parte masculina d<strong>el</strong> club la completaba <strong>el</strong> profesor de artes:<br />

pequeño, moreno y panzón, con boca diminuta, en la que faltaban<br />

dos dientes inferiores, sobre la que pretendía convencer como bigote<br />

una hilera escuálida de p<strong>el</strong>os. Éste, que habría pasado los treinta<br />

años, era tan amargado que parecía tener la edad de la agüevazón.<br />

Sólo al tomar guaro se transformaba en <strong>el</strong> más fiestero, dicharachero<br />

y arriesgado. <strong>En</strong> clase los alumnos lo odiaban, a pesar de que<br />

afuera de <strong>el</strong>las era muy callado, cuando daba lecciones siempre sabía<br />

la verdad. Se dedicaba a corregir a quien dijera cualquier cosa que<br />

lo contradijera o que él pensaba que así no era. Si algún novato le<br />

ganaba una discusión, por pequeña que fuera, al final d<strong>el</strong> curso encontraba<br />

la forma de obligarlo a hacer los exámenes de aplazados,<br />

poniéndole, sin reprobarlo, la peor nota posible.<br />

Remataba este rejuntado de almas una conserje, grande, blanca<br />

y gorda, de p<strong>el</strong>o rubio teñido con agua oxigenada. Con su infaltable<br />

y pestilente puro, de unos más baratos que los que fumaba <strong>el</strong><br />

director, la mayor parte d<strong>el</strong> tiempo apagado, esta mujer gustaba<br />

mostrar sus enormes y pecosas tetas, que llevaba siempre sin<br />

sostén, flanqueadas por axilas como hormigueros. Para <strong>el</strong>lo usaba<br />

sus vestidos de gran escote y sin mangas, a la altura de las rodillas,<br />

que remarcaban las rechonchas y p<strong>el</strong>udas piernas, y movía <strong>el</strong> limpia<br />

pisos, con lentitud, para que nadie se perdiera <strong>el</strong> bambolear de<br />

pechos, p<strong>el</strong>os y sudor, en especial al tocar a recreo. El club de tru-<br />

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