Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
situación cambió. <strong>En</strong> lo alto d<strong>el</strong> mástil mayor la antena de comunicaciones<br />
se rajó, dejándolos sin poder conectarse con <strong>el</strong> mundo, sin<br />
poder establecer dónde estaban y menos hacia dónde corrían los<br />
huracanados vientos. Nadie se atrevía a subir. Ni siquiera supieron<br />
si era por miedo pues la aporreada de la borrasca no dejaba, contaba<br />
Sandoval que los demás decían. Los oficiales tampoco acataban qué<br />
hacer: tres griegos ásperos y gordos, que hablaban peor inglés que <strong>el</strong><br />
propio Sandoval, quien trepó más ágil de lo que cualquiera habría<br />
imaginado y arregló la antena. Los marinos aullaron de alegría,<br />
asombro, respeto. <strong>En</strong> ad<strong>el</strong>ante fue natural que Sandoval se convirtiera<br />
en la unión entre la tripulación y los oficiales. Lo ascendieron a<br />
marino oficial de cubierta. O sea comería y dormiría en los camarotes<br />
de mando, los de arriba. La travesía debía durar un máximo de<br />
un mes, pero a las dos semanas era claro que la comida no alcanzaría.<br />
Sandoval se los hizo saber a los oficiales quienes indicaron que<br />
en <strong>el</strong> próximo puerto comprarían alimentos.<br />
Sin embargo, pues a pesar de que los griegos mercantes tenían<br />
fama de tacaños, se decía que compraban la mitad de la comida por<br />
si podían forzar ayunos de no surgir un puerto cercano, lo que hicieron<br />
esta vez sobrepasó lo aceptable. Luego de no parar en dos puertos,<br />
se vieron obligados a comprar comida en <strong>el</strong> siguiente. Un par de<br />
horas después de atracar, los oficiales griegos trajeron varios sacos<br />
que mandaron a acomodar en las despensas de la cocina, excepto un<br />
par que dejaron en sus camarotes. Zarparon una vez que la tripulación<br />
comiera en <strong>el</strong> puerto y, al otro día, no hubo problema con <strong>el</strong><br />
desayuno, ni con <strong>el</strong> almuerzo, no así con la cena. Los griegos compraron<br />
además de unas pocas verduras, mucho macarrón y arroz.<br />
Nadie descubrió que venían con unos pocos bichillos. <strong>En</strong> aqu<strong>el</strong><br />
momento pensaron que si bien no morirían de hambre sí sería molesto<br />
tener que terminar <strong>el</strong> viaje con macarrones o arroz tres veces al<br />
día. Los oficiales dijeron que si querían carne tenían que pescarla.<br />
El problema era que a los dos días existían más bichos que comida.<br />
Sandoval no aguantó más. Máxime al averiguar que los griegos<br />
y él sí tenían varios tipos de alimentos enlatados y muchos frescos<br />
en buen estado, escondidos en <strong>el</strong> par de sacos que mandaron a<br />
guardar. Con rapidez organizó una hu<strong>el</strong>ga que obligó a que se desviaran<br />
al puerto más cercano a comprar comida de verdad. Terminaron<br />
<strong>el</strong> viaje pero al regresar los griegos acusaron a la tripulación entera<br />
de haberse alzado en motín, por lo que los despedirían sin derecho<br />
a recibir paga. Como si hubiera sido un sólo marino, la tripulación<br />
entera, incluidos los chinos, acusó a Sandoval de haber sido él<br />
quien los obligó. Prometieron no volver a hacerlo y trabajar más por<br />
48