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Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

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alforjas de su bestia, recubiertas por dos bolsas de cuero para evitar<br />

daños a causa de una inesperada lluvia, o d<strong>el</strong> sereno de la noche.<br />

Serían para hacer los trámites de inscripción que los terminaría de<br />

convertir en los dueños de las tierras. Altivo, barrió con una mirada<br />

los alrededores, admirando cómo <strong>el</strong> gigantesco hocico de lo verde<br />

se cerraba sobre <strong>el</strong> hueso de agua. El pensamiento de que las inscripciones<br />

sufrirían más atrasos de los pensados zumbó un par de<br />

veces. Sonrió sin que los demás entendieran. Sin que le importara.<br />

Siempre realizó <strong>el</strong> trabajo de a callado, oculto. Para que otros se atiborraran.<br />

Con honestidad cumplió con su deber hasta <strong>el</strong> mínimo detalle,<br />

sin tomar más que lo que le daban. Nunca robó para él. Tal<br />

vez por esto Dios se acordó de su alma al ponerlo frente a tal oportunidad.<br />

Siguió sonriendo aún y cuando los Gallos fueron estrías<br />

que reverberaban contra <strong>el</strong> horizonte. La justicia tarda pero no olvida,<br />

mascó, antes de dirigirse al nudo de piernas de sus mujeres entre<br />

cuyas nalgas se hundió y barrenó hasta que no pudo más. Había llegado<br />

su suerte y, por qué no, hasta la de su par de hembras. Esta vez<br />

no tiene que disimular una sonrisa. Por primera vez no de agazapado<br />

o humillado, sino de las que siempre codició, de las de triunfo.<br />

LI<br />

Semana y pico después, con <strong>el</strong> inútil pretexto de que llegaba para<br />

evitar sospechas, <strong>el</strong> abogado se dejó venir hasta <strong>el</strong> ranchón para estarse<br />

con las viuditas, de quienes empezó a enviciarse. Y <strong>el</strong>las de él.<br />

Los tres agujeros se les hacía un puro caldo por “aqu<strong>el</strong> varillón” que<br />

no era jugando. Alguna vez, entre cogida y cogida, <strong>el</strong> licenciado les<br />

dijo que tenían que acompañarlo a la capital en vista de que la ahora<br />

viuda de El Albino debía sacar documentos de identidad para hacer<br />

unos traspasos. Ninguna quería salir d<strong>el</strong> ranchón. El abogado les insistió<br />

en que si no hacían aqu<strong>el</strong>lo, cualquiera podían quitarles lo que<br />

les pertenecía. Las mujeres insistieron en que habían convenido que<br />

fuera él quien manejara lo que tenía que ver con las tierras y demás<br />

cochinadas de valor que dejara <strong>el</strong> difunto, así como la tierrilla que<br />

fue de Sandoval. El licenciadito sentenció que para ser <strong>el</strong> encargado<br />

con valor legal debían hacer los tales trámites. Con unos cuantos billetes<br />

podía conseguir los documentos pero lo que en verdad quería<br />

era impresionarlas llevándolas a sus dominios en la capital.<br />

Ellas, habían acordado a poco de conocerlo que fuera él que dirigiera<br />

cualquier negocio. Sabía leer, y por si faltara, ninguna de<br />

las dos mujeres había probado un hombre que saborearan tanto.<br />

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