Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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hemorragia a cualquier costo. Todo se puso más oscuro que la noche<br />
más honda y no supo más sino hasta bastante entrada la noche,<br />
cuando <strong>el</strong> viento restregó la h<strong>el</strong>azón de la luna llena contra su ropa<br />
empapada de sudor. Al levantarse, <strong>el</strong> cimbronazo de la mano le recordó<br />
que no había sido un sueño y que tenía que ir por unas hierbas<br />
que impidieran que la debilidad lo empujara al guindo de la<br />
muerte ad<strong>el</strong>antada de las infecciones, las cuales mascó antes de<br />
ponérs<strong>el</strong>as en la carne viva y caer dormido donde estaba. A la mañana<br />
siguiente, al regresar a donde se había destrozado la mano,<br />
Sandoval sólo encontró la mancha de sangre ya negra contra los filos<br />
de las piedras. Ni sospechó que El Pato se arrimó, en cuanto él<br />
se hubo arrastrado hacia su casa, y en silencio, con <strong>el</strong> hambre y <strong>el</strong><br />
rencor punzándolo, engullera de un bocado los pedazos de los dedos,<br />
humeantes de sangre y alcohol.<br />
LX<br />
Son las cuatro de la mañana. Una asistenta obesa y con la ropa pegada<br />
al cuerpo, me despierta con un “mi amor” que de haber tenido<br />
fuerzas me hubiera dado náuseas. El enfermero en jefe llega con un<br />
bulto rectangular, envu<strong>el</strong>to en un pap<strong>el</strong> verde.<br />
—¡Buenas mi rey! —dice <strong>el</strong> individuo.<br />
Calvo, flaco, pequeño, con nariz en forma de gancho, pálido como<br />
si estuviera enfermo, de manos demasiado d<strong>el</strong>icadas. Acerca un<br />
carrito que hace mucho fue de acero inoxidable. Una vez estrechado<br />
<strong>el</strong> látex en sus manos, desenvu<strong>el</strong>ve con lentitud <strong>el</strong> paquetito. Los<br />
otros pacientes, dormidos, más bien idiotizados de cansancio y medicamentos,<br />
casi ni perciben a los asistentes que les ponen termómetros<br />
en las axilas cada cuatro horas. El enfermero en jefe primero<br />
sacude un canuto de plástico duro de unos veinte centímetros de<br />
largo y d<strong>el</strong> grueso de una pajilla. Luego lo introduce en una manguerita<br />
de hule amarillo escasamente más estrecha.<br />
—Esta sonda que le voy a poner es para que no tenga problemas<br />
al orinar durante la operación. Es que al estar anestesiados los pacientitos<br />
no controlan ni <strong>el</strong> orinar ni <strong>el</strong> defecar. Bueno, por lo último<br />
no nos preocupemos… ¿ya se tomó sus laxantes, verdad?<br />
Conecta <strong>el</strong> extremo su<strong>el</strong>to de la manguerita, que tendrá un metro<br />
y medio de largo, a una bolsa plástica transparente con rayas que<br />
medirá la cantidad de orina. Una llave lechosa hace ancla en la parte<br />
de abajo. Explica que <strong>el</strong> procedimiento es sencillo: nada más tiene<br />
que meterme la agujetita por entre <strong>el</strong> cañito d<strong>el</strong> penito para que la<br />
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