Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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on. Fue por gusto y por costumbre. Que de tanto beber guaro les<br />
hacía falta. Les daba fuerza. La vida misma se veía menos fea. Por<br />
un rato al menos. Con <strong>el</strong> olvido como una inundación. Despertaron,<br />
una sobre la otra, cuando la mañana iba por la mitad. Uñita y Carnita.<br />
Sin tener idea de qué hacer. Con ninguno de los dos cuerpos ni<br />
con <strong>el</strong>las. Lo primero que acataron fue bajarse un trago. Luego otro.<br />
Y otro. Hasta que la esposa de El Albino dijo, y la otra la siguió,<br />
ambas todavía tiritando, que por nada d<strong>el</strong> mundo podían dejar que<br />
las acusaran de algo que no era culpa de <strong>el</strong>las. Para esto tenían que<br />
palabrearse con <strong>el</strong> abogado que llegaría pasadito <strong>el</strong> mediodía. Si alguien<br />
las podía orientar acerca de lo que tendrían que hacer con los<br />
que comenzaban a oler a muerto, la pi<strong>el</strong> pálida, tiesísimos, era él.<br />
La esposa de El Albino fue la primera en arrimarse a ver los<br />
cadáveres, la otra detrás. De pronto, envalentonadas por <strong>el</strong> guaro,<br />
empezaron a darles puntazos con los pies descalzos. Era patear leños.<br />
Pies y tobillos se les amorataron, llenándolas de puntiagudos y<br />
picantes dolores. Ambas escupieron sobre los cuerpos para comenzar<br />
a chillar, poseídas por un escalofrío desconocido, oscuro. Estaban<br />
libres por primera y única vez, y lo ignoraban. Aún entendiéndolo<br />
no hubieran sabido qué hacer. Se abrazaron y brincaron, jaloneándose<br />
las tetas y los colgajos de carne para todos lados, mientras<br />
gruñían. Beber más de la garrafa les dio más atrevimiento y f<strong>el</strong>icidad<br />
bruta. La mujer de Sandoval pateó <strong>el</strong> miembro tieso entre las<br />
piernas d<strong>el</strong> jefe político, que más semejaba un retoño de carne morada,<br />
al fondo de la dura panza. La esposa de El Albino se sentó sobre<br />
éste y lo empezó a golpear de manera errática.<br />
La primera, riendo como idiota, trató de beber consiguiendo que<br />
<strong>el</strong> guaro le resbalara, regándole las estrías d<strong>el</strong> pecho, ardiéndos<strong>el</strong>o y<br />
despuntádole los pezones. La otra se abalanzó, apartando las sábanas,<br />
que fueron a caer sobre los cuerpos, y comenzó a chuparla persiguiendo<br />
los hilos de alcohol, que se fueron a perder hacia <strong>el</strong> nudo<br />
agrio de la entrepierna. Fue en medio de tal enredo de gemidos y<br />
sudores, que las encontró <strong>el</strong> licenciado. Tocó la puerta y nadie abrió.<br />
Paró la oreja en la madera y oyó gemidos suaves. Volvió a tocar y<br />
no hubo respuesta. Descubrió que la puerta no tenía tranca. Los gemidos<br />
fueron en aumento hasta que se convirtieron en un ardor duro,<br />
entre las piernas. La garganta se le secó. Paladeó sal. Con la sangre<br />
agitada sintió miedo de que El Albino pudiera dispararle, pero la<br />
curiosidad pudo más y se atrevió a empujar, con lentitud. Sin hacer<br />
ruido se asomó. Descubrió una mujer sobre otra. Desnudas. Hechas<br />
un nudo de sudor. La boca de una entre las piernas de la otra. Nadie<br />
más. El recién llegado trató de vislumbrar a sus jefes. <strong>En</strong>tonces em-<br />
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