Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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XI<br />
<strong>En</strong> segundos Sandoval sólo camina. Camina y ve. Por entre anchos<br />
pasadizos. El piso hecho de minúsculos ladrillos rojo mate, pulido y<br />
limpio en extremo. Las paredes acabadas con un rep<strong>el</strong>lo que es imitación<br />
perfecta d<strong>el</strong> adobe. “Una antigua técnica de construcción que<br />
consiste en...”, reza un cart<strong>el</strong>ito en inglés, francés, alemán, holandés<br />
y español que nadie lee. Están pintadas con una franja azul pálido,<br />
de la mitad hasta <strong>el</strong> piso, y otra amarilla suave que se difumina<br />
hacia <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o raso, cóncavo, con un tono de amarillo cremoso. De<br />
un lado cu<strong>el</strong>gan pinturas al óleo. Tienen imágenes de todas las variedades<br />
de mariposas que habitan estas tierras, según explican otras<br />
plaquitas doradas al pie de cada cuadro. D<strong>el</strong> lado opuesto se despliegan<br />
óleos de paisajes marinos con diferentes formas de un barco<br />
v<strong>el</strong>ero, firmados por cada artista. Sandoval piensa que aqu<strong>el</strong>lo debió<br />
costar una fortuna sin que le importe.<br />
Al pasar por <strong>el</strong> salón principal descubre <strong>el</strong> mod<strong>el</strong>o de los cuadros:<br />
un barco v<strong>el</strong>ero hecho de madera, sobre un podio dorado. “Se<br />
trata de una de las dos reproducciones a escala que existen en <strong>el</strong><br />
mundo con más de cuatrocientos años de antigüedad. Es <strong>el</strong> tesoro<br />
d<strong>el</strong> hot<strong>el</strong> y uno de los principales atractivos que posee, además d<strong>el</strong><br />
maravilloso sitio donde está levantado, las comidas más exóticas, la<br />
mejor playa y, por supuesto...” diría en su oportunidad Elena, su guía<br />
por las instalaciones, “... por la atención de su personal”.<br />
Ahora Sandoval apenas lo determina. Ahora sólo camina y ve.<br />
Ve que si se ad<strong>el</strong>anta una nadita, o la guía se demora medio paso,<br />
podría rozarle la punta de las cimbreantes nalgas. Sabe que <strong>el</strong>la lo<br />
sabe. ¡Cómo no iba a percibirlo! Aún si detrás viniera un carrito de<br />
supermercado, no habría algo en <strong>el</strong> mundo que pudiera evitar ver<br />
aqu<strong>el</strong> trasero. Como si lo hubiera oído, la chica marca más su paso<br />
mientras lo vu<strong>el</strong>ve lento. Aunque algunas veces dijo a compañeros<br />
de trabajo, que “la atracción de los sexos es un programa de computadora<br />
corporal dado por la s<strong>el</strong>ección natural de nuestra especie”, no<br />
puede evitar que la sangre corra con más fuerza, ni mucho menos<br />
seguir enganchado a aqu<strong>el</strong>las curvas. Al ser consciente de lo que sucede<br />
se sobresalta: ¡Hacía tanto que no le pasaba! Por nada d<strong>el</strong><br />
mundo quisiera que aqu<strong>el</strong>la extraña tuviera la mínima sospecha. <strong>En</strong><br />
teoría no tiene problema en admitir que ante las hembras humanas<br />
es una licuadora que en lugar de botones tiene una palanca hormonal,<br />
movida al antojo de la prominencia d<strong>el</strong> trasero, la estrechez de<br />
las caderas y <strong>el</strong> volumen de las tetas.<br />
No entiende de dónde un recuerdo, de uno de los tantos cursos<br />
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