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Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique

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tanta variedad que era difícil diferenciar alguna fuera de las Morphos<br />

de líquido azul palpitante. Aqu<strong>el</strong>las marejadas tornasoladas<br />

iban y venían hacia <strong>el</strong> bus, saltándolo si salían de los costados o sorteándolo<br />

si aparecían de frente, desapareciendo como si fueran parpadeos<br />

de los árboles. De pronto, al superar una curva sobre una ligera<br />

pendiente, fueron sorprendidos por tropas de monos que desde<br />

<strong>el</strong> follaje producían chillidos de múltiples modulaciones, bamboleándose<br />

entre las ramas. Sandoval sonreía: parecía que alguien los<br />

había contratado, o que salían para hacer huir a la bestia de lata y<br />

humareda. Más duró la orden d<strong>el</strong> deseo al cerebro que los turistas en<br />

desenfundar de nuevo las cámaras fotográficas para quedarse cong<strong>el</strong>ados<br />

en dirección de los otros monos. Una brevedad de aturdimiento,<br />

que cualquiera interpretaría como respeto, precedió la ráfaga<br />

de flashes que en instantes no dejó mono alguno.<br />

Lo único que se oía era <strong>el</strong> ronroneo d<strong>el</strong> autobús en medio de un<br />

silencio más espeso que <strong>el</strong> humo que dejaba escapar, <strong>el</strong> cual fue<br />

roto por <strong>el</strong> accionar de una cámara fotográfica más. Se trataba de<br />

un “Sin duda japonés” quien, al exprimir su primera cámara, desenfundó<br />

otra más grande con tanta rapidez que Sandoval no pudo<br />

evitar una mueca, entre desagrado y asombro, que <strong>el</strong> extranjero<br />

confundió con una sonrisa de complicidad. Pronto, un estallido de<br />

frases de admiración de otros turistas, en distintos acentos europeos<br />

de inglés, se desgranó por la enramada como testimonio d<strong>el</strong><br />

primer enfrentamiento con <strong>el</strong> trópico salvaje. Sandoval insiste en<br />

su mueca mecánica que semeja una risa, en lugar de comenzar a tirar<br />

pasajeros por las ventanas. La mujer rechoncha y rubia, de p<strong>el</strong>o<br />

corto y con un inconfundible acento alemán lo descubre y le contesta<br />

con una sonrisa. Pensará que aqu<strong>el</strong> tipo moreno que no toma<br />

fotos es un oriundo amable que siempre ríe porque en este país sí<br />

aman al turista, según dicen unos pequeños desplegables en las<br />

agencias de viajes.<br />

Sandoval saca una bot<strong>el</strong>la con agua y se embucha otra de sus<br />

pastillitas. El ardor quiere gatear, no hay que atenerse. El resto de<br />

media hora de camino se consume en silencio hasta que desembocan<br />

justo donde la montaña se rinde ante la vista d<strong>el</strong> mar: un<br />

paso cercado por dos largas lenguas de zacate meticulosamente<br />

recortado y regado, flanqueadas por palmeras enanas y alternadas<br />

bouganvilleas amarillas y azules. “Casi es placentero”, se dice y<br />

<strong>el</strong> autobús se detiene frente a un trillo de piedras blancas que<br />

conduce hacia la recepción. Contrario a lo sucedido si <strong>el</strong> viaje<br />

hubiera sido hecho por criollos, quienes se habrían ap<strong>el</strong>otonado<br />

hacia la puerta con <strong>el</strong> vehículo en marcha, los extranjeros bajan<br />

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