Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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Mientras <strong>el</strong> abogado va a hacer sus consultas con las mujeres,<br />
Gallón se sienta en medio de los demás Gallos sin decir palabra.<br />
Una mirada basta. Los cuatro se quedan, los ojos vidriosos, apuntalando<br />
la callazón con <strong>el</strong> correr de la sangre, tan espesa y lenta que<br />
deja un gusto salado en <strong>el</strong> paladar. Alejan y acercan las manos a las<br />
brillantes empuñaduras de los cuchillos, con mucha lentitud. La<br />
reunión con la nueva patrona y con la otra mujer, en ad<strong>el</strong>ante serían<br />
inseparables, tanto que a la primera llegarían a llamarla Uñita y a la<br />
segunda Carnita, fue rápida. Ambas querían estar en paz, y si ésta<br />
costaba unas tierras que ni conocían y les incumbía una mierda, que<br />
así fuera. Al regresar, <strong>el</strong> licenciado le extiende la mano a Gallón.<br />
Este se levanta, se quita <strong>el</strong> sombrero, y la estrecha con excesiva<br />
fuerza. Los tres Gallos se ponen de pie y descubren y bajan la cabeza.<br />
Como si fuera una señal de du<strong>el</strong>o. Tienen un trato.<br />
—Ya mismo —carraspea <strong>el</strong> primero— voy a levantar un acta<br />
donde quedarán legal y oficialmente confirmadas las verdaderas<br />
causas d<strong>el</strong> triste fallecimiento de El Albino. ¡Ah!, por poco se me<br />
olvida, también d<strong>el</strong> jefe político. Pondré de testigas principales a la<br />
ahora nueva dueña, a la otra mujer, amiga de la familia, y a ustedes<br />
cuatro como declarantes, en calidad de gente de confianza.<br />
Una ráfaga ilumina los rostros enjutos de aqu<strong>el</strong>los hombres curtidos<br />
que tocan los mangos de sus cuchillos mientras se ponen los<br />
sombreros. Bufan. El abogado entiende.<br />
—Bueno, creo que con las dos mujeres puestas de testigas principales<br />
será suficiente.<br />
Los Gallos se r<strong>el</strong>ajan. Se ve que <strong>el</strong> abogadillo se la juega.<br />
—Lo que sí necesito es que me firmen estos pap<strong>el</strong>es para lo d<strong>el</strong><br />
traspaso de las tierras. Si alguno no sabe escribir que me ponga una<br />
equis acá —y <strong>el</strong> licenciado despliega una pluma de tinta azul y una<br />
hoja sin letras pero con números al principio de cada línea; señala<br />
hacia <strong>el</strong> centro de la parte de atrás—. Lo otro es que ocupo tres días<br />
más, por lo que voy a pedirles que entierren los cuerpos de una vez,<br />
pues se están poniendo malos. Ustedes conocen que soy de palabra,<br />
les aseguro que pasado mañana estarán listas las escrituras. Otros<br />
cien pesos será registrarlas, habrá que tener paciencia.<br />
Gallón rasca su barbilla por unos segundos hasta que asiente con<br />
la cabeza ladeada. Le arrebata pluma y pap<strong>el</strong>, para escupir una mancha,<br />
que quiere simular una cruz acuchillada sobre <strong>el</strong> blanco de la<br />
hoja. Los demás lo siguen. Incrustan unas temblorosas marcas en <strong>el</strong><br />
pliego, debajo de la d<strong>el</strong> primero. Luego se van a guardar los muertos,<br />
sin hacer ningún ruido. <strong>En</strong> medio d<strong>el</strong> calor los cuchillos semejan<br />
serpientes. El abogado se mete a buscar un trago pero al salir no<br />
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