Libro_En_ el_Reinodela_Sal.pdf - Editores Alambique
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van a creer.<br />
—Mire, no se enoje, yo quería ver una sola vez más mi... la casa.<br />
—¡Ya sé! ¡Ahora entiendo! —Atrop<strong>el</strong>la <strong>el</strong> polaco— ¡Sé a qué<br />
vino... ustedes siempre hacen eso, verdad!<br />
—No sé a que se refiere...<br />
—Cree que me va en engañar... ¡No! Sé lo que ustedes hacen:<br />
guardan su dinero, sus joyas, entre las paredes, <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o raso, debajo<br />
d<strong>el</strong> piso, en alguna parte de las casas. Le doy <strong>el</strong> veinte por ciento si<br />
me dice dónde la guardó.<br />
—Mire, eso no es ciert...<br />
—Bueno le doy <strong>el</strong> treinta por ciento. ¡Hasta ahí!<br />
—La verdad, lo único que quería era volver a v...<br />
—Pues no le doy nada y lo que encuentre es ¡sólo mío!<br />
El polaco agarra d<strong>el</strong> abrigo al judío, lo arrastra a la salida y lo tira<br />
a la calle, dando un portazo, con demasiada fuerza para alguien<br />
tan flaco. <strong>En</strong> la pantalla, de nuevo <strong>el</strong> anciano se frota las manos.<br />
—Vea usted —y éste se dirige a quien lo entrevista, de frente a<br />
la cámara de t<strong>el</strong>evisión, como si hablara con Sandoval—. Años más<br />
tarde regresé y no encontré a nadie. Los vecinos me dijeron que<br />
desde <strong>el</strong> día en que me fui, <strong>el</strong> polaco comenzó a escarbar por todas<br />
partes, hasta que tuvo que salir. La casa quedó tan perforada que<br />
nadie pudo volver a vivir ahí. Vea.<br />
Una foto a color muestra a las dos construcciones de tres pisos,<br />
con las fachadas pintadas de amarillo, rojo, azul y verde, en cuyo<br />
frente brillan anchos y cristalinos ventanales con cortinas blancas y<br />
c<strong>el</strong>estes. Y en medio una vivienda de dos pisos, llena de agujeros,<br />
con <strong>el</strong> techo roto, los marcos torcidos y carcomidos de unas inexistentes<br />
ventanas, y un alarido cong<strong>el</strong>ado en lugar de puerta.<br />
IX<br />
Al despertar, Sandoval descubre, a través de la ventana, los racimos<br />
de los innumerables verdes que picaban la montaña. El autobús<br />
acaba de vencer <strong>el</strong> subibaja de la cordillera y ahora muerde<br />
las planicies rumbo a la playa. La madrugada y <strong>el</strong> ligero tono<br />
ahumado verdoso d<strong>el</strong> vidrio dan un resplandor de irrealidad en <strong>el</strong><br />
chorrear d<strong>el</strong> amanecer por entre los pastizales y sembradíos. Es <strong>el</strong><br />
final d<strong>el</strong> invierno, mucho más húmedo y caluroso que de la cuenta.<br />
Las columnas de árboles, que parecen ligeras marcas de tonos oscuros,<br />
igual que las gotas de blanco, negro, gris y café en que se<br />
han convertido las vacas y los caballos, se preparan para recibir la<br />
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