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CAPÍTULO XXXI - iglesia bautista getsemani de montreal

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CAPITULO <strong>XXXI</strong>I<br />

Cómo Orar<br />

En los versículos 5-8 nos encontramos con el segundo ejemplo que nuestro Señor emplea para<br />

ilustrar su enseñanza referente a la piedad o a la conducta <strong>de</strong> la vida religiosa. Éste, como hemos<br />

visto, es el tema que examina en los primeros dieciocho versículos <strong>de</strong> este capítulo. "Guardaos",<br />

dice en general, "<strong>de</strong> hacer vuestra justicia <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los hombres, para ser vistos <strong>de</strong> ellos; <strong>de</strong> otra<br />

manera no tendréis recompensa <strong>de</strong> vuestro Padre que está en los cielos." He aquí la segunda<br />

ilustración <strong>de</strong> este principio. A continuación <strong>de</strong>l tema <strong>de</strong> dar limosna viene el <strong>de</strong> orar a Dios, <strong>de</strong><br />

nuestra comunión e intimidad con Él. También aquí nos encontraremos con la misma<br />

característica general que nuestro Señor ha <strong>de</strong>scrito ya, y que vuelve a presentarse con mucho<br />

relieve. Este pasaje <strong>de</strong> la Escritura, pienso a veces, es uno <strong>de</strong> los más penetrantes <strong>de</strong> toda la<br />

Escritura, <strong>de</strong> los que más humillación produce. Pero se pue<strong>de</strong> leer estos versículos <strong>de</strong> forma tal<br />

que uno pase por alto el punto central, y ciertamente sin caer bajo la con<strong>de</strong>nación que contienen.<br />

Al leer este pasaje existe siempre la ten<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rarlo como una <strong>de</strong>nuncia <strong>de</strong> los fariseos,<br />

<strong>de</strong>l auténtico hipócrita. Leemos, y pensamos en la clase <strong>de</strong> persona ostentosa que en forma obvia<br />

trata <strong>de</strong> atraer la atención sobre sí misma, como lo hicieron los fariseos. En consecuencia lo<br />

consi<strong>de</strong>ramos solamente como <strong>de</strong>nuncia <strong>de</strong> esta hipocresía manifiesta sin aplicárnoslo a nosotros<br />

mismos. Pero esto es no compren<strong>de</strong>r el verda<strong>de</strong>ro sentido <strong>de</strong> la enseñanza que estos versículos<br />

contienen, la cual es la <strong>de</strong>nuncia <strong>de</strong>vastadora que nuestro Señor hace <strong>de</strong> los efectos terribles <strong>de</strong>l<br />

pecado en el alma humana, y sobre todo <strong>de</strong>l pecado <strong>de</strong>l orgullo. Esa es la enseñanza.<br />

El pecado, según nos muestra aquí, es algo que nos acompaña siempre, incluso cuando<br />

estamos en la presencia misma <strong>de</strong> Dios. El pecado no es algo que suela acometernos y afligirnos<br />

cuando estamos separados <strong>de</strong> Dios, en un país lejano, por así <strong>de</strong>cirlo. El pecado es algo tan<br />

terrible, según la <strong>de</strong>nuncia que nuestro Señor hace <strong>de</strong> él, que no sólo nos sigue hasta las puertas<br />

<strong>de</strong>l cielo, sino que —si fuera posible— nos sigue hasta el mismo cielo. De hecho, ¿acaso no es<br />

ésta la enseñanza bíblica respecto al origen <strong>de</strong>l pecado? El pecado no es algo que comenzó en la<br />

tierra. Antes <strong>de</strong> que el hombre cayera, ya había habido una Caída previa. Satanás era un ser<br />

perfecto, brillante, angélico, que moraba en la gloria; y había caído antes <strong>de</strong> que el hombre<br />

cayera. Esta es la esencia <strong>de</strong> la enseñanza <strong>de</strong> nuestro Señor en estos versículos. Es una <strong>de</strong>nuncia<br />

terrible <strong>de</strong> la naturaleza horrorosa <strong>de</strong>l pecado. No hay nada que sea tan falaz como pensar en el<br />

pecado sólo en función <strong>de</strong> actos; y mientras pensemos en el pecado sólo en función <strong>de</strong> cosas que<br />

<strong>de</strong> hecho se hacen, no llegamos a compren<strong>de</strong>rlo. La entraña <strong>de</strong> la enseñanza bíblica acerca <strong>de</strong>l<br />

pecado es que es esencialmente una disposición. Es un estado <strong>de</strong>l corazón. Creo que podría<br />

sintetizarlo diciendo que el pecado es en último término el adorarse a sí mismo, el adularse a sí<br />

mismo; y nuestro Señor muestra (lo cual para mí resulta algo alarmante y terrible) que esta<br />

ten<strong>de</strong>ncia nuestra a la auto adoración es algo que nos sigue incluso hasta la misma presencia <strong>de</strong><br />

Dios. A veces produce el resultado <strong>de</strong> que incluso cuando tratamos <strong>de</strong> persuadirnos <strong>de</strong> que<br />

estamos adorando a Dios, en realidad nos adoramos a nosotros mismos y nada más.<br />

Ésta es la índole terrible <strong>de</strong> su enseñanza a este respecto. Eso que ha entrado en nuestra<br />

naturaleza y constitución mismas como seres humanos, es algo que contamina tanto todo nuestro<br />

ser, que cuando el hombre se <strong>de</strong>dica a la forma más elevada <strong>de</strong> actividad, todavía tiene que<br />

luchar con ello. Siempre se ha estado <strong>de</strong> acuerdo, me parece, en que la imagen más elevada que<br />

se pueda formar <strong>de</strong> un hombre es cuando se lo ve <strong>de</strong> rodillas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Dios. Éste es el logro<br />

más sublime <strong>de</strong>l hombre, es su actitud más noble. Nunca es mayor el hombre que cuando se halla<br />

en comunión y contacto con Dios. Ahora bien, según nuestro Señor, el pecado es algo que nos

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