El Cielo y el Infierno
El Cielo y el Infierno
El Cielo y el Infierno
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
que contrastaba con mi estado precedente. No sentía dolor y . me regocijaba de <strong>el</strong>lo. Quería<br />
levantarme y marchar, pero un entorpecimiento que no era nada desagradable y que hasta tenía<br />
cierto encanto, me retenía, y yo me abandonaba a él con una especie de d<strong>el</strong>eite sin darme ninguna<br />
cuenta de mi situación, y sin pensar que había dejado la Tierra. Lo que me rodeaba me parecía<br />
como un sueño. Vi a mi mujer y algunos de mis amigos, de rodillas en la alcoba llorando, y me dije<br />
que sin duda me creían muerto. Quise desengañarles, pero no pude articular ninguna palabra, de lo<br />
que deduje que soñaba. Lo que me confirmó en esta idea fue que me vi rodeado de muchas personas<br />
que apreciaba, muertas desde mucho tiempo, y otras que no reconocí al pronto, y que parecía que<br />
me v<strong>el</strong>aban y esperaban que despertase.<br />
Este estado tuvo instantes de lucidez y de somnolencia, durante los cuales recobraba y<br />
perdía alternativamente la conciencia de mi yo. Poco a poco mis ideas adquirieron más claridad. La<br />
luz, que no entreveía sino a través de una niebla, se hizo más brillante. Entonces comencé a<br />
reconocerme y comprendí que no pertenecía al mundo terrestre. Si no hubiera conocido <strong>el</strong><br />
Espiritismo, la ilusión se hubiera, sin duda, prolongado mucho tiempo más.<br />
Mi despojo mortal no estaba todavía enterrado. Lo consideraba con piedad, f<strong>el</strong>icitándome<br />
por haberme desembarazado de él. ¡Era tan f<strong>el</strong>iz de ser libre! Respiraba con placer como aqu<strong>el</strong> que<br />
sale de una atmósfera nauseabunda. Una indecible sensación de dicha penetraba todo mi ser. La<br />
presencia de los que había amado me colmaba de alegría. No estaba nada sorprendido de verles, y<br />
esto me parecía muy natural, pero me creía volverles a ver después de un largo viaje. Un hecho me<br />
sorprendió, desde luego, y fue que nos comprendíamos sin articular ninguna palabra. Nuestros<br />
pensamientos se transmitían por la sola mirada y como por una penetración fluídica.<br />
Sin embargo, no estaba todavía completamente libre de las ideas terrestres. <strong>El</strong> recuerdo de lo<br />
que había sufrido me venía de vez en cuando a la memoria, como para hacerme apreciar mejor mi<br />
nueva situación. Había sufrido corporal, pero sobre todo moralmente, había sido presa de la<br />
malevolencia, de esas mil perplejidades más penosas quizá que los males reales, porque causan una<br />
ansiedad perpetua. Su impresión no se me había borrado enteramente, y a veces me preguntaba si<br />
realmente me había desembarazado de <strong>el</strong>las. Me parecía oír aún ciertas voces desagradables, sabía<br />
las contrariedades que me habían atormentado tan a menudo, y temblaba a pesar mío. Me sondeaba,<br />
por expresarlo así, para asegurarme de que no era juguete de un sueño, y cuando hube adquirido la<br />
certeza de que todo esto se había acabado, me pareció que me había quitado de encima un peso<br />
enorme. Lo que es muy cierto, me decía yo, es que por fin estoy libre de todos los cuidados que<br />
hacen un tormento de la vida, y por <strong>el</strong>lo daba gracias a Dios.<br />
Era como un pobre que hereda de repente una gran fortuna: durante algún tiempo duda de la<br />
realidad y siente los temores de la necesidad. ¡Oh, si los hombres comprendieran la vida futura<br />
¡Qué fuerza, qué valor daría esta convicción en la adversidad! ¡Qué harían, durante su estancia en la<br />
Tierra, para asegurarse de la dicha que Dios reserva a aqu<strong>el</strong>los que han sido dóciles a sus leyes!<br />
¡Verían cuán poco importantes son los goces que envidian al lado de los que desprecian!<br />
P. Ese mundo tan nuevo para vos, y al lado d<strong>el</strong> cual <strong>el</strong> nuestro tiene tan poca importancia, y<br />
quizá los numerosos amigos que habéis vu<strong>el</strong>to a encontrar en él. ¿os han hecho perder de vista a<br />
vuestra familia y a vuestros amigos de la Tierra?<br />
R. Si les hubiera olvidado, sería indigno de la dicha que gozo. Dios no recompensa <strong>el</strong><br />
egoísmo, sino que, por <strong>el</strong> contrario, lo castiga. <strong>El</strong> mundo en que estoy puede hacerme desdeñar la<br />
Tierra, pero no los espíritus que están encarnados en <strong>el</strong>la. Sólo los hombres que se hallan en la<br />
prosperidad olvidan a los compañeros de infortunio. Voy a ver muchas veces a los míos, y la buena<br />
memoria que de mí conservan me hace f<strong>el</strong>iz. Su pensamiento me atrae, asisto a sus conversaciones,<br />
gozo con sus alegrías, sus penas me entristecen, pero no con esa tristeza ansiosa de la vida humana,<br />
porque comprendo que no son más que pasajeras y para su bien.<br />
Me causa satisfacción <strong>el</strong> pensar que un día vendrán a esta morada afortunada donde se<br />
desconoce <strong>el</strong> dolor. Yo me dedico a que se hagan dignas de <strong>el</strong>la, me esfuerzo en sugerirles buenos<br />
Página 100