El Cielo y el Infierno
El Cielo y el Infierno
El Cielo y el Infierno
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
R. Nací de padres pobres, pero int<strong>el</strong>igentes y avaros. Joven todavía, fui privado d<strong>el</strong> afecto y<br />
de las caricias de mi madre. Sentí por su pérdida una pena tanto más viva, como que mi padre,<br />
dominado por la pasión de la ganancia, me abandonaba enteramente. Mis hermanos, todos de más<br />
edad que yo, no advertían mis sufrimientos. Otro judío, movido por sentimientos más egoístas que<br />
caritativos, me cogió y me hizo aprender a trabajar. Recobró con usura d<strong>el</strong> producto de mis<br />
trabajos, que a menudo sobrepujaban mis fuerzas, lo que había podido costarle. Más tarde me liberé<br />
de este yugo y trabajé para mí. Pero por todas partes, tanto en la actividad como en <strong>el</strong> reposo, era<br />
perseguido por <strong>el</strong> recuerdo de las caricias de mi madre, y a medida que ad<strong>el</strong>antaba en edad su<br />
recuerdo se grababa mas profundamente en mi memoria, y más echaba de menos sus cuidados y su<br />
amor.<br />
Pronto fui <strong>el</strong> único de mi nombre. En algunos meses la muerte se llevó a toda mi familia. Entonces<br />
fue cuando comenzó a rev<strong>el</strong>arse la manera como debía pasar <strong>el</strong> resto de mis días. Dos de mis<br />
hermanos dejaron hijos huérfanos. Conmovido por <strong>el</strong> recuerdo de lo que había sufrido, quise<br />
preservar a estos pobrecitos seres de una juventud semejante a la mía y no pudiendo mi trabajo<br />
bastar para que subsistiéramos todos, empecé a tender la mano, no para mí.<br />
sino para los otros. Dios no debía dejarme <strong>el</strong> consu<strong>el</strong>o de gozar de mis esfuerzos. Los pobrecitos me<br />
dejaron para siempre. Veía lo que les hacía falta: era su madre. Resolví entonces pedir limosna para<br />
las viudas desgraciadas, que no pudiendo bastarse a sí y a sus hijos, se imponían privaciones que las<br />
conducían a la tumba, dejando pobres huérfanos que quedaban abandonados y entregados a los<br />
tormentos que yo mismo había sufrido.<br />
Tenía treinta años cuando, lleno de fuerza y de salud, se me vio mendigar para la viuda y <strong>el</strong><br />
huérfano. Los principios fueron penosos y debí soportar más de una humillante palabra. Pero<br />
cuando se vio que distribuía realmente todo lo que recibía en nombre de mis pobres, cuando se vio<br />
añadir a <strong>el</strong>lo las sobras de mi trabajo, adquirí una especie de consideración que no dejaba de tener<br />
encanto para mí.<br />
He vivido sesenta y tantos años, y jamás falté a la tarea que me había impuesto. Tampoco la<br />
conciencia me advirtió jamás nada que me hiciera sospechar que un motivo anterior a mi existencia<br />
fuese <strong>el</strong> móvil de mi manera de obrar. Solamente un día. antes de empezar a pedir limosna, oí estas<br />
palabras: “No hagas a los otros lo que no quisieras que te hiciesen.” Quedé asombrado de la<br />
moralidad general contenida en estas pocas palabras, y muy a menudo me sorprendía al oír que se<br />
añadían estas otras: “Pero, al contrario hacedles lo que quisierais que os fuese hecho.” Ayudándome<br />
<strong>el</strong> recuerdo de mi madre y <strong>el</strong> de mis sufrimientos, continuaba marchando en una carrera que mi<br />
conciencia me determinaba que era buena.<br />
Voy a concluir esta larga comunicación diciéndoos ¡gracias! No soy todavía perfecto, pero<br />
sabiendo que <strong>el</strong> mal no conduce sino al mal, haré de nuevo como lo que he hecho, <strong>el</strong> bien para<br />
recoger la dicha.<br />
Szym<strong>el</strong> Slizgol<br />
Juliana-María, la mendiga<br />
En <strong>el</strong> pueblo de Villate, cerca de Nozai (Loira inferior) había una pobre mujer llamada<br />
Juliana-María, anciana achacosa, que vivía de limosna. Un día cayó en un estanque, de donde la<br />
sacó un habitante d<strong>el</strong> país, M. A..., quien la socorría habitualmente. Transportada a su domicilio,<br />
murió poco tiempo después de resultas d<strong>el</strong> accidente. La opinión general fue que quiso suicidarse.<br />
<strong>El</strong> mismo día de su fallecimiento, <strong>el</strong> que la había salvado, que es espiritista y médium, sintió en<br />
toda su persona como un rozamiento de alguno que estuviera junto a él, sin explicarse, sin embargo,<br />
la causa. Cuando supo la muerte de Juliana-María, tuvo <strong>el</strong> pensamiento de que quizá su espíritu<br />
Página 203