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El Cielo y el Infierno

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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />

seguir.<br />

“Todo aqu<strong>el</strong>lo que amó se le hace odioso, como siendo origen de sus males, que nunca<br />

tendrán fin. Dice en su interior: ¡Oh, insensato de mí! ¡No conocí, pues, ni a los dioses ni a los<br />

hombres, ni a mí mismo! No, nada he conocido, puesto que nunca amé <strong>el</strong> verdadero bien. Cada<br />

paso mío fue un extravío; mi sabiduría, locura; mi virtud, un orgullo impío y ciego; yo mismo era<br />

mi ídolo.<br />

“Por fin, T<strong>el</strong>émaco vio a los reyes que fueron condenados por haber abusado de su poder.<br />

Por un lado, una furia vengadora les presentaba un espejo que les manifestaba toda la deformidad<br />

de sus vicios. Allí veían, sin poderlo evitar, su grosera vanidad ávida de las más groseras alabanzas;<br />

su dureza para con los hombres, cuya f<strong>el</strong>icidad debieron hacer; su insensibilidad para la virtud, su<br />

temor de oír la verdad, su inclinación hacia los hombres afeminados y aduladores, su malicia, su<br />

indolencia, su desconfianza indebida, su fausto y excesiva magnificencia fundada sobre la ruina de<br />

los pueblos, su ambición para comprar un poco de vanagloria con la sangre de sus ciudadanos. En<br />

fin, su cru<strong>el</strong>dad, que buscó cada día nuevos d<strong>el</strong>eites entre las lágrimas y la desesperación de tantos<br />

desgraciados. Se veían sin cesar en aqu<strong>el</strong> espejo, se consideraban más horrorosos y más<br />

monstruosos que la Quimera vencida por B<strong>el</strong>erofonte, que la Hidra Lerna, muerta por Hércules, que<br />

aun <strong>el</strong> mismo Cerbero, aunque arroje por sus tres bocas entreabiertas una sangre negra y venenosa,<br />

capaz de apestar a toda la raza de los mortales que viven sobre la Tierra.<br />

“Entre aqu<strong>el</strong>los objetos que hacían erizar los cab<strong>el</strong>los a T<strong>el</strong>émaco, vio a muchos de los<br />

antiguos reyes de Lydia que eran castigados por haber preferido los placeres de una vida indolente<br />

al trabajo para <strong>el</strong> alivio de los pueblos, que deben ser inseparables de los gobernantes.<br />

“Aqu<strong>el</strong>los reyes se echaban en cara los unos a los otros su ceguedad. <strong>El</strong> uno decía al otro,<br />

que fue su hijo: « ¿No os había encargado muchas veces, durante mi vejez y antes de mi muerte,<br />

que remediaseis los males que yo había hecho por descuido?»<br />

“«¡Ah!, desgraciado padre -decía <strong>el</strong> hijo-, vos sois la causa de mi perdición. Vuestro<br />

ejemplo fue <strong>el</strong> que inspiró <strong>el</strong> fausto, <strong>el</strong> orgullo, la sensualidad y la dureza para con los hombres.<br />

Viéndoos reinar con tanta molicie y rodeado de cobardes aduladores, me acostumbré a la lisonja y a<br />

los placeres. Creí que los demás hombres eran respecto de los reyes lo que los caballos y los demás<br />

animales de carga son para los hombres, es decir, animales de que sólo se hace caso en proporción a<br />

los servicios que prestan y a las comodidades que proporcionan. Lo creí, vos sois quien me lo<br />

hicisteis creer, y actualmente sufro tantos males por haberos imitado.»<br />

“A estos reproches añadían las más horrendas maldiciones, y parecían furiosos y próximos a<br />

desgarrarse recíprocamente.<br />

“En torno de esos reyes revoloteaban todavía, como lechuzas, las cru<strong>el</strong>es sospechas, los<br />

vanos temores, las desconfianzas que vengan a los pueblos de la dureza de sus reyes, <strong>el</strong> hambre<br />

insaciable de riquezas, la vanagloria tiránica, y la molicie cobarde que aumenta todos los males que<br />

se padecen sin poder jamás dar sólidos placeres.<br />

“Se veía a muchos de esos reyes severamente castigados, no por los males que hicieron,<br />

pero sí por haber descuidado <strong>el</strong> bien que debieran hacer. Todos los crímenes de los pueblos cuyo<br />

origen está en la negligencia con que se hacen observar las leyes, eran atribuidos a los reyes, que<br />

sólo deben reinar para que las leyes imperen por su mediación.<br />

“Se les inculpaban también todos los desórdenes que proceden d<strong>el</strong> fausto, d<strong>el</strong> lujo y de los<br />

demás excesos que arrastran a los hombres hacia un estado violento y a la tentación de<br />

menospreciar las leyes para adquirir bienes. Sobre todo, se trataba rigurosamente a los reyes que, en<br />

lugar de ser buenos y vigilantes pastores de los pueblos, sólo pensaron en esquilmar y destrozar <strong>el</strong><br />

rebaño como lobos hambrientos.<br />

“No obstante, lo que más consternó a T<strong>el</strong>émaco fue ver que en ese abismo de tinieblas y de<br />

males, un gran número de reyes que fueron tenidos en la Tierra por reyes bastante buenos, fueron<br />

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