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El Cielo y el Infierno

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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />

pensamiento malo, y Dios sabe si su alma lo siente, se descubre por fuera y en su interior, como a<br />

un choque <strong>el</strong>éctrico superior. Quiere ocultarse a la multitud, y la luz, odiosa para él, lo presenta<br />

continuamente a la vista de todos. ¡Quiere ocultarse, y huye jadeante y desesperado a través de los<br />

espacios inconmensurables. y por todas partes la luz! Por todas partes las miradas que lo penetran, y<br />

se precipita de nuevo en persecución de la sombra buscando la noche, y la sombra y la noche no<br />

existen para él. Llama a la muerte en su ayuda, pero la muerte no es más que una palabra vacía de<br />

sentido. ¡<strong>El</strong> desgraciado huye siempre, marcha a la locura espiritual, castigo terrible! ¡Dolor<br />

horroroso! ¿Cómo luchará consigo para desembarazarse de sí mismo? Porque tal es la ley suprema<br />

más allá de la Tierra. Es <strong>el</strong> culpable mismo quien se convierte en <strong>el</strong> más inexorable castigo de sí<br />

mismo.<br />

¿Cuánto tiempo durará? Hasta que su voluntad, por fin, vencida, se doble bajo la opresión<br />

punzante d<strong>el</strong> remordimiento, y su frente soberbia se humille ante sus víctimas aplacadas y ante los<br />

espíritus de justicia. Y observad, finalmente. la alta lógica de las leyes inmutables. En esto cumplirá<br />

también lo que escribía en esta altiva comunicación, tan clara, tan lúcida, y tan tristemente llena de<br />

sí mismo, que dio <strong>el</strong> viernes último, libertándose por un acto de su propia voluntad.<br />

Erasto<br />

III<br />

La justicia humana no hace excepción de la individualidad de los seres que castiga,<br />

midiendo <strong>el</strong> crimen por <strong>el</strong> mismo crimen. Hiere indistintamente a los que lo han cometido, y la<br />

misma pena alcanza al culpable sin distinción de sexo y cualquiera que sea su educación. La justicia<br />

divina procede de otra manera. Los castigos corresponden al grado de ad<strong>el</strong>anto de los seres a los<br />

cuales son impuestos. La igualdad entre los individuos: dos hombres culpables en <strong>el</strong> mismo grado<br />

pueden estar separados por la distancia de los polos que se hunde, <strong>el</strong> uno en la opacidad int<strong>el</strong>ectual<br />

de los primeros círculos iniciadores, mientras que <strong>el</strong> otro, habiéndolos pasado, posee la lucidez que<br />

libra al espíritu de la turbación. Entonces no son las tinieblas las que castigan sino la agudeza de luz<br />

espiritual. <strong>El</strong>la traspasa la int<strong>el</strong>igencia terrestre, y le hace sentir la angustia de una llaga viva.<br />

Los seres desencarnados a quienes persigue la representación material de su crimen sufren <strong>el</strong><br />

choque de la <strong>el</strong>ectricidad física: sufren por los sentidos. Los que están ya desmaterializados, por <strong>el</strong><br />

espíritu: sienten un dolor muy superior que anonada, en sus amargas agitaciones, <strong>el</strong> recuerdo de los<br />

hechos para no dejar subsistir sino la creencia de sus causas.<br />

<strong>El</strong> hombre puede, pues, a pesar de la criminalidad de sus acciones, poseer un ad<strong>el</strong>anto<br />

inferior, y mientras que las pasiones le hacen obrar como un bruto, avivadas sus facultades, le<br />

<strong>el</strong>evan por encima de la espesa atmósfera de las capas inferiores. La ausencia de ponderación, de<br />

equilibrio entre <strong>el</strong> progreso moral y <strong>el</strong> progreso int<strong>el</strong>ectual, produce las anomalías muy frecuentes<br />

en las épocas de materialismo y de transición.<br />

La luz que tortura al espíritu culpable es, ciertamente, <strong>el</strong> rayo espiritual que inunda de<br />

claridad las moradas secretas de su orgullo, descubriéndole la inutilidad de su ser destrozado. Estos<br />

son los primeros síntomas y las primeras angustias de la agonía espiritual, que anuncian la<br />

separación o disolución de los <strong>el</strong>ementos int<strong>el</strong>ectuales y materiales que componen la primitiva<br />

dualidad humana y deben desaparecer en la gran unidad d<strong>el</strong> ser acabado.<br />

Juan Reynaud<br />

Estas tres comunicaciones, obtenidas simultáneamente, se complementan la una con la otra,<br />

y presentan <strong>el</strong> castigo bajo un nuevo aspecto eminentemente filosófico y racional. Es probable que<br />

los espíritus, queriendo tratar esta cuestión presentando un ejemplo, habían provocado, con este<br />

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