El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
le sirvió por de pronto sino para distraerse como aficionada, pero, más tarde, cuando vinieron días<br />
malos, supo hacer de su facultad un precioso recurso. La amenidad de su carácter, sus cualidades<br />
privadas, que sólo pueden apreciar los que sabían su vida íntima en toda su extensión, le habían<br />
conquistado <strong>el</strong> aprecio y <strong>el</strong> amor de todos los que la conocían.<br />
Como todos aqu<strong>el</strong>los en quienes <strong>el</strong> sentimiento d<strong>el</strong> bien es innato, no hacía de <strong>el</strong>lo<br />
ostentación, ni tan sólo lo sabía. Si hay alguno en quien <strong>el</strong> egoísmo no haya hecho ninguna m<strong>el</strong>la,<br />
sin duda es una de tantos. Puede ser que jamás <strong>el</strong> sentimiento de la abnegación personal fuese<br />
llevado más lejos. Siempre dispuesta a sacrificar su reposo, su salud, sus intereses por aqu<strong>el</strong>los a<br />
quienes podía ser útil, su vida no fue más que una larga serie de sacrificios, así como fue desde su<br />
juventud una larga serie de rudas y cru<strong>el</strong>es pruebas. ante las cuales <strong>el</strong> valor y perseverancia no le<br />
han faltado jamás. Pero su vista. fatigada por un trabajo minucioso. Disminuía de día en día. Algún<br />
tiempo más. Y la ceguera, muy ad<strong>el</strong>antada va, hubiera sido completa.<br />
Cuando la Sra. Foulon tuvo conocimiento de la doctrina espiritista, fue para <strong>el</strong>la como una<br />
chispa luminosa. Le parecía que un v<strong>el</strong>o se levantaba mostrando alguna cuestión que no le era d<strong>el</strong><br />
todo desconocida, pero de la que no tenía más que una vaga intuición. Así es que la estudió con<br />
ardor, pero al mismo tiempo con aqu<strong>el</strong>la lucidez de espíritu, con aqu<strong>el</strong>la exactitud de apreciación<br />
que era propia de su alta int<strong>el</strong>igencia. Es necesario conocer todas las tribulaciones de su vida,<br />
tribulaciones que tenían siempre por móvil no <strong>el</strong>la misma, sino los seres que le eran queridos, para<br />
comprender todos los consu<strong>el</strong>os que adquirió de esta sublime rev<strong>el</strong>ación que le daba una fe<br />
inquebrantable en <strong>el</strong> porvenir y le mostraba la pequeñez de la existencia terrestre.<br />
Su muerte fue digna de su vida. La vio venir sin ningún temor, pues era para <strong>el</strong>la la libertad<br />
de los lazos terrestres, que debía abrirla esa bienaventurada vida espiritual con la cual se había<br />
identificado por <strong>el</strong> estudio d<strong>el</strong> Espiritismo. Ha muerto en calma, porque tenía la conciencia de haber<br />
cumplido la misión que había aceptado viniendo a la Tierra, de haber llenado escrupulosamente sus<br />
deberes de esposa y madre de familia, porque durante su vida había también abjurado todo<br />
resentimiento contra aqu<strong>el</strong>los que se portaron mal con <strong>el</strong>la y que la habían pagado con ingratitud,<br />
porque les había vu<strong>el</strong>to siempre bien por mal. Y ha dejado esta vida perdonándoles, dejándolo todo<br />
a la bondad y a la justicia de Dios. Ha muerto, en fin, con la serenidad que da una conciencia pura,<br />
y la certeza de estar menos separada de sus hijos que durante la vida corporal, puesto que podrá en<br />
ad<strong>el</strong>ante estar con <strong>el</strong>los en espíritu en cualquier punto d<strong>el</strong> globo que se encuentren, ayudarles con<br />
sus consejos y envolverles con su protección.<br />
Desde que supimos la muerte de la Sra. Foulon, nuestro primer deseo fue conversar con <strong>el</strong>la.<br />
Las r<strong>el</strong>aciones de amistad y de simpatía que la doctrina espiritista había hecho nacer entre nosotros<br />
explican algunas de sus palabras v la familiaridad de su lenguaje.<br />
I<br />
París, 6 de febrero, tres días después de su muerte<br />
“Estaba segura de que tendríais <strong>el</strong> pensamiento de evocarme luego de mi libertad, y estaba<br />
preparada a responderos, porque no he conocido turbación. Sólo los que tienen miedo se hallan<br />
envu<strong>el</strong>tos en sus espesas tinieblas.<br />
“¡Pues bien! Amigo mío, ahora soy dichosa. Estos pobres ojos que se habían debilitado y<br />
que no me dejaban sino <strong>el</strong> recuerdo de los prismas que habían matizado mi juventud con sus<br />
diferentes resplandores, se han abierto aquí y han vu<strong>el</strong>to a encontrar los espléndidos horizontes que<br />
idealizan, en sus vagas reproducciones, algunos de vuestros grandes artistas, pero cuya realidad<br />
majestuosa, severa, llena de encantos, tiene impresa la más completa realidad.<br />
“No hace más que tres días que he muerto y siento que soy artista. Mis inspiraciones hacia<br />
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