El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
sirven para la glorificación d<strong>el</strong> Altísimo. Si Dios los hubiera creado en una época determinada<br />
cualquiera, hasta entonces, esto es, durante una eternidad, no hubiera tenido quien le adorase.<br />
7. Se expresa más arriba: Mientras dura esta unión tan íntima d<strong>el</strong> alma con <strong>el</strong> cuerpo, ¿puede<br />
llegar un momento en que esta unión no existe? Esta proposición contradice a la que hace de esta<br />
unión <strong>el</strong> destino esencial d<strong>el</strong> alma.<br />
Se ha dicho también: “Las ideas le llegan por los sentidos, por la comparación de los objetos<br />
exteriores.” Esta es una doctrina filosófica en parte verdadera, pero no en <strong>el</strong> sentido absoluto. Es,<br />
según <strong>el</strong> eminente teólogo, una condición inherente a la naturaleza d<strong>el</strong> alma <strong>el</strong> no recibir las ideas<br />
sino por los sentidos. Olvida las ideas innatas, las facultades a veces tan trascendentales, la<br />
intuición de las cosas que <strong>el</strong> niño trae al nacer y que no debe a ninguna instrucción. ¿Por qué<br />
sentidos esos jóvenes pastores, calculadores naturales que han admirado a los sabios, han adquirido<br />
las ideas necesarias para la solución, casi instantánea, de los problemas más complicados? Se puede<br />
decir otro tanto de ciertos músicos, pintores y lingüistas precoces.<br />
“Los conocimientos de los áng<strong>el</strong>es no son resultado de la inducción y d<strong>el</strong> raciocinio”. Saben<br />
porque son áng<strong>el</strong>es, sin tener necesidades de aprender. Dios los ha creado tales. <strong>El</strong> alma, al<br />
contrario, debe aprender. Si <strong>el</strong> alma no recibe las ideas sino por los órganos corporales, ¿cuáles son<br />
las que puede <strong>el</strong> alma d<strong>el</strong> niño muerto al cabo de algunos días, admitiendo, con la iglesia, que no<br />
renazca?<br />
8. Aquí se presenta una cuestión vital: ¿<strong>El</strong> alma adquiere ideas y conocimientos después de<br />
la muerte d<strong>el</strong> cuerpo? Si una vez separada d<strong>el</strong> cuerpo no puede adquirir nada, la d<strong>el</strong> niño, la d<strong>el</strong><br />
salvaje, la d<strong>el</strong> imbécil, la d<strong>el</strong> idiota, la d<strong>el</strong> ignorante, continuarán siendo siempre lo que eran a la<br />
hora de la muerte: están destinadas a una perpetua nulidad.<br />
Si <strong>el</strong> alma adquiere nuevos conocimientos después de la vida actual, puede progresar. Sin <strong>el</strong><br />
progreso ulterior d<strong>el</strong> alma, iremos a parar a consecuencias absurdas. Con <strong>el</strong> progreso, llegaremos a<br />
la negación de todos los dogmas fundados en su estado estacionario. La suerte irrevocable, las<br />
penas eternas, etc. Si progresa, ¿dónde se detiene <strong>el</strong> progreso? No hay ninguna razón para que no<br />
alcance <strong>el</strong> grado de los áng<strong>el</strong>es o espíritus puros. Si puede llegar a él, no había ninguna necesidad<br />
de crear seres especiales y privilegiados, exentos de todo trabajo y gozando de la dicha eterna, sin<br />
hacer hecho nada para conquistarla, mientras que otros seres menos favorecidos no obtienen la<br />
suprema f<strong>el</strong>icidad sino al precio de largos y cru<strong>el</strong>es sufrimientos y de las más rudas pruebas. Dios lo<br />
puede hacer, sin duda. Pero si se admite lo infinito de sus perfecciones, sin las cuales no hay Dios,<br />
es preciso admitir también que no hace nada inútil, ni nada que desmienta la soberana justicia y la<br />
soberana bondad.<br />
9. “Puesto que la majestad de los reyes toma su esplendor d<strong>el</strong> número de sus súbditos, de sus<br />
oficiales y de sus servidores, ¿qué hay más propio para darnos una idea de la majestad d<strong>el</strong> Rey de<br />
los reyes que esta multitud innumerable de los áng<strong>el</strong>es, que pueblan <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o y la tierra, <strong>el</strong> mar y los<br />
abismos, y la dignidad de los que permanecen sin cesar prosternados o de pie ante su trono?”<br />
¿No es rebajar la Divinidad <strong>el</strong> hecho de asimilar su gloria al fausto de los soberanos de la<br />
Tierra? Esta idea, inculcada en <strong>el</strong> espíritu de las masas ignorantes, falsea la opinión que se forma de<br />
su verdadera grandeza. Es reducir siempre a Dios a las mezquinas proporciones de la Humanidad,<br />
suponerle la necesidad de tener millones de adoradores sin cesar prosternados o de pie ante él, es<br />
atribuirle las debilidades de los monarcas déspotas y orgullosos de Oriente. ¿Qué es lo que hace a<br />
los soberanos verdaderamente grandes? ¿<strong>El</strong> número y esplendor de sus cortesanos? No. Es su<br />
bondad y su justicia, es <strong>el</strong> merecido título de padres de sus súbditos. Se nos pregunta si existe algo<br />
más propicio para darnos una idea de la majestad de Dios que la multitud de áng<strong>el</strong>es que componen<br />
su corte. Sí, ciertamente, hay algo mejor que eso, y es concebirle todas sus criaturas soberanamente<br />
bueno, justo y misericordioso, y no como un Dios colérico, c<strong>el</strong>oso, vengativo, inexorable,<br />
exterminador, parcial, creando para su propia gloria seres privilegiados, favorecidos de todos los<br />
dones, nacidos para la eterna f<strong>el</strong>icidad, mientras que a los otros les hace pagar cara la dicha,<br />
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