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El Cielo y el Infierno

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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />

pues, jamás dijo que <strong>el</strong> arrepentimiento nunca hallaría perdón ante Dios. En todas las ocasiones, al<br />

contrario, muestra a Dios clemente, misericordioso, dispuesto a recibir al hijo pródigo a su regreso,<br />

bajo <strong>el</strong> techo paterno. No lo presenta inflexible más que con <strong>el</strong> pecador endurecido. Pero si tiene <strong>el</strong><br />

castigo en una mano, en la otra tiene siempre <strong>el</strong> perdón para <strong>el</strong> culpable, cuando éste vu<strong>el</strong>ve<br />

sinceramente hacia Él.<br />

No es éste, por cierto, <strong>el</strong> retrato de un Dios sin piedad. Así es que conviene hacer notar que<br />

Jesús nunca pronunció contra persona alguna, ni aun contra los mayores culpables, una<br />

condenación irremisible.<br />

8. Todas las r<strong>el</strong>igiones primitivas, de acuerdo con <strong>el</strong> carácter de los pueblos, tuvieron dioses<br />

guerreros que combatieron mandando los ejércitos. <strong>El</strong> Jehová de los hebreos les daba mil medios<br />

para exterminar a sus enemigos, les premiaba con la victoria o les castigaba con la derrota. Según la<br />

idea que se formaba de Dios, se creía honrarle o aplacarle con la sangre de los animales o de los<br />

hombres. De aquí proceden los sacrificios sangrientos que tan importante pap<strong>el</strong> hicieron en todas<br />

las r<strong>el</strong>igiones antiguas. Los judíos habían abolido los sacrificios humanos. Los cristianos, a pesar de<br />

la enseñanza de Cristo, creyeron por mucho tiempo honrar al Creador entregando por millares a las<br />

llamas y a los tormentos a aqu<strong>el</strong>los que llamaba herejes. Eran, bajo otra forma, verdaderos<br />

sacrificios humanos, puesto que lo hacían para mayor gloria de Dios, y con acompañamiento de<br />

ceremonias r<strong>el</strong>igiosas. Hoy mismo invocan todavía al Dios de los ejércitos antes d<strong>el</strong> combate, y le<br />

glorifican después de la victoria, y esto, muchas veces por las causas más injustas y más<br />

anticristianas.<br />

9. ¡Cuán tardío es <strong>el</strong> hombre en desprenderse de sus preocupaciones, de sus costumbres y de<br />

sus ideas primeras! Cuántos siglos nos separan de Moisés, y nuestra generación cristiana ve todavía<br />

hu<strong>el</strong>las de los antiguos y bárbaros usos, admitidos, o al menos aprobados, por la r<strong>el</strong>igión actual. Ha<br />

sido necesario <strong>el</strong> poder de la opinión de los no ortodoxos, de aqu<strong>el</strong>los ap<strong>el</strong>lidos herejes, para<br />

concluir con las hogueras y hacer comprender la verdadera grandeza de Dios. Pero a falta de<br />

hogueras, las persecuciones materiales y morales están en todo su vigor. Tan arraigada está en <strong>el</strong><br />

hombre la idea de un Dios cru<strong>el</strong>. Imbuido de sentimientos que le inculcan desde la niñez, ¿puede <strong>el</strong><br />

hombre admirarse de que <strong>el</strong> Dios que le representan honrándose por actos bárbaros, condene a<br />

tormentos eternos, y vea sin piedad los padecimientos de los condenados?<br />

Sí, son algunos filósofos impíos, en sentir de algunos, los que se escandalizaron al ver <strong>el</strong><br />

nombre de Dios profanado por actos indignos de Él. Son aqu<strong>el</strong>los que lo mostraron a los hombres<br />

en toda su magnitud, despojándole de las pasiones y de las pequeñeces humanas que le atribuía una<br />

creencia poco ilustrada. La r<strong>el</strong>igión ganó en dignidad lo que perdió en prestigio exterior, pues si son<br />

menos los hombres adictos a la forma, es mayor <strong>el</strong> número de los que son con más sinceridad<br />

r<strong>el</strong>igiosos en su corazón y en sus sentimientos.<br />

Pero al lado de aqu<strong>el</strong>los, ¡cuántos hay que, quedándose en la superficie, han venido a parar a<br />

la negación de toda providencia! Por no haber sabido poner al tiempo las creencias r<strong>el</strong>igiosas en<br />

armonía con los progresos de la razón humana, han hecho surgir en los unos <strong>el</strong> deísmo, en los otros<br />

la incredulidad absoluta, en otros <strong>el</strong> panteísmo; es decir, que <strong>el</strong> hombre se hizo Dios a sí mismo por<br />

no ver uno bastante perfecto.<br />

Argumentos en apoyo de las penas eternas<br />

10. Volvamos al dogma de la eternidad de las penas. <strong>El</strong> principal argumento que se presenta<br />

en favor suyo es <strong>el</strong> siguiente:<br />

Está admitido entre los hombres que la gravedad de la ofensa es proporcionada a la<br />

condición d<strong>el</strong> ofendido. La que se comete contra un soberano, siendo considerada como más grave<br />

que la inferida a un particular, es castigada más severamente. Pues Dios es más que un soberano,<br />

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