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El Cielo y el Infierno

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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />

espíritus puros, sino que habrá también hombres como nosotros.<br />

“<strong>El</strong> infierno es, por consiguiente, un lugar físico, geográfico, material, porque estará poblado<br />

de criaturas terrestres, teniendo pies, manos, boca, lengua, dientes, oídos, semejantes a los nuestros,<br />

y sangre en las venas y nervios sensibles al dolor.<br />

“¿En dónde está situado <strong>el</strong> infierno? Algunos doctores lo colocaron en <strong>el</strong> centro de nuestra<br />

tierra, otros no sé en qué planeta. Pero la cuestión no ha sido resu<strong>el</strong>ta por ningún concilio, y no hay<br />

que atenerse, pues, sobre este punto, a conjeturas. La única cuestión que se afirma es que <strong>el</strong><br />

infierno, esté donde quiera, es un mundo compuesto de <strong>el</strong>ementos materiales. Pero un mundo sin<br />

sol, sin luna, sin estr<strong>el</strong>las, más triste, más inhóspito, más desprovisto de todo germen y de toda<br />

apariencia de bien, que no lo son las partes más inhabitables de este mundo, en <strong>el</strong> que pecamos.<br />

“Los teólogos circunspectos no se arriesgan a describir, como los egipcios, los indios y los<br />

griegos, los horrores de aqu<strong>el</strong>la mansión. Se limitan a enseñarnos, como muestra, lo poco que la<br />

escritura rev<strong>el</strong>a de <strong>el</strong>la. <strong>El</strong> estanque de fuego y de azufre d<strong>el</strong> Apocalipsis, y los gusanos de Isaías.<br />

Esos gusanos eternamente hormigueando sobre las podredumbres d<strong>el</strong> Thop<strong>el</strong>, y los demonios<br />

atormentando a los hombres a quienes perdieron, y los hombres gimiendo con rechinamiento de<br />

dientes, según la expresión de los evang<strong>el</strong>istas.<br />

“San Agustín no concibe que esas penas físicas sean simples imágenes de las penas morales.<br />

Ve un verdadero estanque de azufre, gusanos, serpientes reales, encarnizándose en todas las partes<br />

d<strong>el</strong> cuerpo de los condenados, añadiendo sus mordeduras a las d<strong>el</strong> fuego. Pretende, según un<br />

versículo de San Marcos, que aqu<strong>el</strong> fuego extraño, aunque material como <strong>el</strong> nuestro, y obrando<br />

sobre cuerpos materiales, los conservará como la sal conserva las carnes de las víctimas. Pero los<br />

condenados, víctimas siempre sacrificadas y siempre vivas, sentirán <strong>el</strong> dolor de aqu<strong>el</strong> fuego que<br />

quema sin consumir. Penetrará debajo de su pi<strong>el</strong>, estarán impregnados y saturados de él todos sus<br />

miembros, y <strong>el</strong> tuétano de sus huesos, y las niñas de sus ojos, y las fibras más recónditas y más<br />

sensibles de su ser. <strong>El</strong> cráter de un volcán, si pudiera precipitarse en él, sería para <strong>el</strong>los sitio de<br />

refresco y de descanso.<br />

“Así se expresan, con toda seguridad, los teólogos más tímidos, los más discretos, los más<br />

reservados. Además, no niegan que haya en <strong>el</strong> infierno otros suplicios corporales. Dicen solamente<br />

que para hablar de <strong>el</strong>los, no tienen <strong>el</strong> suficiente conocimiento, tan positivo al menos como <strong>el</strong> que<br />

fue dado d<strong>el</strong> horrible suplicio d<strong>el</strong> fuego y d<strong>el</strong> asqueroso suplicio de los gusanos.<br />

“Pero hay teólogos más atrevidos o más esclarecidos que hacen sobre <strong>el</strong> infierno<br />

descripciones más detalladas, más variadas y más completas, y aun cuando no se sepa en qué sitio<br />

d<strong>el</strong> espacio <strong>el</strong> infierno está situado, hay santos que lo han visto. No fueron allí con la Lira en la<br />

mano, como Orfeo, o con la espada desenvainada como Ulises. Fueron transportados allí en<br />

espíritu.<br />

Santa Teresa es de este número.<br />

“Parece, según la r<strong>el</strong>ación de la santa, que hay ciudades en <strong>el</strong> infierno. Dice que vio en él<br />

una especie de calleju<strong>el</strong>a larga y estrecha como hay muchas en las poblaciones antiguas. Entró<br />

pisando con horror un terreno fangoso, hediondo, en <strong>el</strong> cual se agitaban y hervían monstruosos<br />

reptiles. Pero fue detenida en su marcha por una muralla que cerraba la calleju<strong>el</strong>a. En aqu<strong>el</strong>la<br />

muralla había un nicho en <strong>el</strong> que Teresa se acurrucó, sin comprender cómo sucedió esto.<br />

“Era, dice, <strong>el</strong> sitio que le estaba destinado, si abusaba, viviendo, de las gracias que Dios<br />

derramaba sobre su c<strong>el</strong>da de Ávila. Aun cuando se introdujo con maravillosa facilidad en aqu<strong>el</strong><br />

nicho de piedra, no podía, sin embargo, ni sentirse, ni recostarse, ni tenerse en pie, y aún menos<br />

salir. Aqu<strong>el</strong>las horrendas murallas la aplastaban, la envolvían, la estrechaban como si hubiera sido<br />

animadas. Le pareció que la ahogaban, que la estrangulaban y al mismo tiempo que la desollaban<br />

viva y que la hacían pedazos. Se sentía quemar y padecía a la vez toda clase de angustias. Ninguna<br />

esperanza de socorro, no había más que tinieblas, veía todavía, no sin estupor, la asquerosa<br />

calleju<strong>el</strong>a en donde estaba alojada, con todo su inmundo vecindario, espectáculo tan insufrible para<br />

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