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La red oscura - Eduardo Casas Herrer

¿Qué es la web profunda (deep web) o red oscura (dark net)? ¿Hay que tenerles miedo? ¿Es, acaso, como pasear por los bajos fondos de una ciudad? ¿Hemos de cuidar nuestra confianza en la red? No solemos pararnos a pensar cómo funciona un motor de búsqueda de Internet y, precisamente, en su manera de actuar se encuentra su punto débil: la araña. Por mucho que se esfuerce el robot, hay lugares a los que no es capaz de llegar porque no está diseñado para ello. Y de esa red oscura a la que no puede acceder solo es visible el uno por ciento, el resto está escondido, como si de un iceberg se tratara. Negocios ilegales, tráfico de armas y de productos, muertes retransmitidas, pornografía infantil… conforman el lado negativo de Internet; un pozo sin fondo que se abre desde nuestras pantallas. El autor de este libro, miembro del Cuerpo Nacional de Policía, que lleva desde 2004 trabajando en la Unidad de Investigación Tecnológica (UIT), nos explica con notable claridad cómo persiguen sin tregua y sacan a la luz los delitos de ese universo desconocido de la red.

¿Qué es la web profunda (deep web) o red oscura (dark net)? ¿Hay que
tenerles miedo? ¿Es, acaso, como pasear por los bajos fondos de una
ciudad? ¿Hemos de cuidar nuestra confianza en la red?
No solemos pararnos a pensar cómo funciona un motor de búsqueda de
Internet y, precisamente, en su manera de actuar se encuentra su punto
débil: la araña. Por mucho que se esfuerce el robot, hay lugares a los que no
es capaz de llegar porque no está diseñado para ello. Y de esa red oscura a
la que no puede acceder solo es visible el uno por ciento, el resto está
escondido, como si de un iceberg se tratara.
Negocios ilegales, tráfico de armas y de productos, muertes retransmitidas,
pornografía infantil… conforman el lado negativo de Internet; un pozo sin
fondo que se abre desde nuestras pantallas. El autor de este libro, miembro
del Cuerpo Nacional de Policía, que lleva desde 2004 trabajando en la
Unidad de Investigación Tecnológica (UIT), nos explica con notable claridad
cómo persiguen sin tregua y sacan a la luz los delitos de ese universo
desconocido de la red.

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<strong>La</strong> mayoría de internautas ha descargado alguna vez un programa, música o película<br />

sin pagar por ello cuando deberían haberlo hecho. Incluso los sistemas operativos que<br />

funcionan en más del cuarenta por ciento de los ordenadores españoles han sido<br />

pirateados. En 2010, todavía en dos de cada diez tiendas de nuestro país se podían<br />

obtener Windows falsificados. Para el caso del paquete de ofimática más habitual, el<br />

Office de Microsoft, las copias ilegales se acercaban a tres de cada cuatro. <strong>La</strong><br />

situación en otros sectores es dramática. En 2011, solo dos de cada cien canciones<br />

fueron compradas, como la mitad de los videojuegos y los libros, y una cuarta parte<br />

de las películas.<br />

El abuso de las obras de propiedad intelectual ha sido una constante en España, de<br />

la que ya se quejaban los autores del Siglo de Oro. En la segunda parte de El Quijote,<br />

Cervantes ataca sin piedad el plagio que había hecho de su obra un tal Alonso<br />

Fernández de Avellaneda, que publicó una continuación de la novela original,<br />

tomándole prestados todos los personajes. Por supuesto, el veterano de Lepanto no<br />

recibió nada por ese mal uso de su trabajo intelectual. Era solo la punta del iceberg, la<br />

que ha llegado a nuestros días. Hubo muchas más imitaciones que no llegaron a coger<br />

la fama de la aquí mencionada.<br />

Peor lo tenían los autores de teatro, como Lope de Vega, Tirso de Molina o<br />

Calderón de la Barca; en los corrales de comedias de toda España se representaban<br />

sus escritos sin que ellos fueran siquiera conscientes de ello, ni, por tanto, pudieran<br />

salir de la miseria que a muchos acosó toda la vida.<br />

<strong>La</strong> situación solo mejoró doscientos años después, a finales del siglo XIX, cuando<br />

los escritores Sinesio Delgado, Carlos Arniches y los hermanos Álvarez Quintero,<br />

entre otros, y varios compositores crearon la Sociedad de Autores de España para<br />

protegerse de esos abusos. En 1941 obtendría sus siglas actuales SGAE, que entonces<br />

significaba «Sociedad General de Autores de España».<br />

En la segunda mitad del XX, la popularización del magnetófono y la cinta<br />

asociada a él supuso que cualquiera podía copiar un disco y pronto los chavales se<br />

prestaban los LP entre sí para ello. <strong>La</strong>s fotocopias eran un proceso más lento y a<br />

veces más caro que el original. Aun así, miles de libros fueron duplicados en las<br />

reprografías de toda España.<br />

El problema de verdad llegó con Internet. Al principio las conexiones eran tan<br />

lentas que incluso ver una fotografía podía llevar minutos, por lo que intercambiar<br />

películas era una entelequia. En ese panorama primigenio apareció el concepto de<br />

warez, donde las cuatro primeras letras provienen de la palabra software, o sea,<br />

programas de ordenador y la última le daba un aspecto oscuro y marginal, como de<br />

pronunciación de bajos fondos que, de hecho, es lo que era. En esa época de finales<br />

de los noventa, conseguir copias de herramientas informáticas era, sobre todo, un<br />

desafío. Los crackers se devanaban los sesos para conseguir el algoritmo que<br />

generaba las claves que permitieran utilizar la aplicación que intentaban reventar o<br />

manipular la programación para que ese requisito no fuera necesario. Luego ponían<br />

www.lectulandia.com - Página 108

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