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La red oscura - Eduardo Casas Herrer

¿Qué es la web profunda (deep web) o red oscura (dark net)? ¿Hay que tenerles miedo? ¿Es, acaso, como pasear por los bajos fondos de una ciudad? ¿Hemos de cuidar nuestra confianza en la red? No solemos pararnos a pensar cómo funciona un motor de búsqueda de Internet y, precisamente, en su manera de actuar se encuentra su punto débil: la araña. Por mucho que se esfuerce el robot, hay lugares a los que no es capaz de llegar porque no está diseñado para ello. Y de esa red oscura a la que no puede acceder solo es visible el uno por ciento, el resto está escondido, como si de un iceberg se tratara. Negocios ilegales, tráfico de armas y de productos, muertes retransmitidas, pornografía infantil… conforman el lado negativo de Internet; un pozo sin fondo que se abre desde nuestras pantallas. El autor de este libro, miembro del Cuerpo Nacional de Policía, que lleva desde 2004 trabajando en la Unidad de Investigación Tecnológica (UIT), nos explica con notable claridad cómo persiguen sin tregua y sacan a la luz los delitos de ese universo desconocido de la red.

¿Qué es la web profunda (deep web) o red oscura (dark net)? ¿Hay que
tenerles miedo? ¿Es, acaso, como pasear por los bajos fondos de una
ciudad? ¿Hemos de cuidar nuestra confianza en la red?
No solemos pararnos a pensar cómo funciona un motor de búsqueda de
Internet y, precisamente, en su manera de actuar se encuentra su punto
débil: la araña. Por mucho que se esfuerce el robot, hay lugares a los que no
es capaz de llegar porque no está diseñado para ello. Y de esa red oscura a
la que no puede acceder solo es visible el uno por ciento, el resto está
escondido, como si de un iceberg se tratara.
Negocios ilegales, tráfico de armas y de productos, muertes retransmitidas,
pornografía infantil… conforman el lado negativo de Internet; un pozo sin
fondo que se abre desde nuestras pantallas. El autor de este libro, miembro
del Cuerpo Nacional de Policía, que lleva desde 2004 trabajando en la
Unidad de Investigación Tecnológica (UIT), nos explica con notable claridad
cómo persiguen sin tregua y sacan a la luz los delitos de ese universo
desconocido de la red.

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Ángeles, a través de una más modesta distancia de quinientos ochenta kilómetros.<br />

Aquel primer enlace fue muy breve. Desde el segundo de los destinos pulsaron la<br />

letra L, que apareció al instante en el monitor del otro sitio. A continuación hicieron<br />

lo mismo con la O. Al intentar enviar el tercer carácter, la G, el sistema «se colgó».<br />

Todos los grandes caminos empiezan con un pequeño paso. El primer vuelo de un<br />

avión con motor de la historia, el de los hermanos Wright, duró solo doce segundos.<br />

Hoy, gigantescas moles de metal cruzan los cielos a velocidades impensables hace<br />

cien años. En 1971 ya eran veintitrés los ordenadores que formaban parte de la trama.<br />

Ese mismo año se envió el primer correo electrónico.<br />

¿Cómo se comunican entre sí? Si un español y un ruso se juntan en una misma<br />

habitación y cada uno habla en su propio idioma, la comprensión será muy difícil o<br />

imposible. Si los dos han estudiado inglés, quizá utilizándolo puedan intercambiar<br />

información. Algo parecido pasa en una <strong>red</strong>. Todos los ordenadores, continuando la<br />

analogía, deben ser capaces de hablar el mismo idioma, aunque luego lo traduzcan a<br />

su lengua natal. En 1983 ese estándar se empezó a llamar TCP/IP, es decir<br />

«Protocolo de Control de Transferencias/Protocolo de Internet» por su significado en<br />

inglés. Fue una forma muy ingeniosa de reforzar el principal objetivo de Internet, una<br />

<strong>red</strong> descentralizada a prueba de fallos.<br />

Cuando un ordenador quiere enviar un archivo (un texto, una foto, lo que sea) a<br />

otro en Internet, necesita hacerlo de una manera que logre que los datos lleguen a su<br />

objetivo. En vez de mandarlo todo de una vez, lo parte en pequeños trozos, llamados<br />

«paquetes». Cada uno contiene información sobre el lugar del que procede, al que se<br />

dirige y el puesto que ocupa en el conjunto de los paquetes enviados (para poder<br />

reconstruir el mensaje completo y con sentido) y, por supuesto, el trocito de datos que<br />

le corresponde. Estos paquetes son lanzados a Internet y cada uno recorre uno de<br />

muchos caminos posibles hasta que llega a su destino. Si alguno se pierde (por una<br />

colisión o por cualquier otro motivo), el receptor envía de manera automática una<br />

solicitud para que le reenvíen el trozo que falta y espera su recepción, todo ello en<br />

unos tiempos brevísimos. El movimiento de los paquetes por la Red no atiende a<br />

ningún orden preestablecido, solo buscan una manera de llegar a su destino. Por<br />

tanto, en caso de que alguno de los puntos por los que pasa estuviera fuera de<br />

servicio, elegiría otro que funcionase y el archivo llegaría de todas formas. Un<br />

sistema que puede parecer lento y farragoso pero es muy seguro. Como hemos dicho,<br />

a prueba de fallos.<br />

Veamos un ejemplo simplificado. Queremos consultar la página web de nuestra<br />

editorial favorita —<strong>La</strong> Esfera de los Libros— en un ordenador. Para ello abrimos el<br />

navegador y tecleamos su dirección, www.esferalibros.com. Nuestro equipo envía<br />

unos paquetes que dicen: «¡Eh! ¡<strong>La</strong> Esfera de los Libros! ¡Quiero que me envíes tu<br />

página de inicio!». <strong>La</strong> máquina donde está alojada, llamada servidor, responde a la<br />

solicitud. Fracciona todo el contenido de la web en la cantidad de paquetes necesarios<br />

—a efectos de este ejemplo vamos a decir que son veinte, cuando en realidad serán<br />

www.lectulandia.com - Página 13

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