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La red oscura - Eduardo Casas Herrer

¿Qué es la web profunda (deep web) o red oscura (dark net)? ¿Hay que tenerles miedo? ¿Es, acaso, como pasear por los bajos fondos de una ciudad? ¿Hemos de cuidar nuestra confianza en la red? No solemos pararnos a pensar cómo funciona un motor de búsqueda de Internet y, precisamente, en su manera de actuar se encuentra su punto débil: la araña. Por mucho que se esfuerce el robot, hay lugares a los que no es capaz de llegar porque no está diseñado para ello. Y de esa red oscura a la que no puede acceder solo es visible el uno por ciento, el resto está escondido, como si de un iceberg se tratara. Negocios ilegales, tráfico de armas y de productos, muertes retransmitidas, pornografía infantil… conforman el lado negativo de Internet; un pozo sin fondo que se abre desde nuestras pantallas. El autor de este libro, miembro del Cuerpo Nacional de Policía, que lleva desde 2004 trabajando en la Unidad de Investigación Tecnológica (UIT), nos explica con notable claridad cómo persiguen sin tregua y sacan a la luz los delitos de ese universo desconocido de la red.

¿Qué es la web profunda (deep web) o red oscura (dark net)? ¿Hay que
tenerles miedo? ¿Es, acaso, como pasear por los bajos fondos de una
ciudad? ¿Hemos de cuidar nuestra confianza en la red?
No solemos pararnos a pensar cómo funciona un motor de búsqueda de
Internet y, precisamente, en su manera de actuar se encuentra su punto
débil: la araña. Por mucho que se esfuerce el robot, hay lugares a los que no
es capaz de llegar porque no está diseñado para ello. Y de esa red oscura a
la que no puede acceder solo es visible el uno por ciento, el resto está
escondido, como si de un iceberg se tratara.
Negocios ilegales, tráfico de armas y de productos, muertes retransmitidas,
pornografía infantil… conforman el lado negativo de Internet; un pozo sin
fondo que se abre desde nuestras pantallas. El autor de este libro, miembro
del Cuerpo Nacional de Policía, que lleva desde 2004 trabajando en la
Unidad de Investigación Tecnológica (UIT), nos explica con notable claridad
cómo persiguen sin tregua y sacan a la luz los delitos de ese universo
desconocido de la red.

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C<br />

4<br />

LA MUERTE RETRANSMITIDA<br />

arme Ann Álvarez se aparta un mechón de la cara mientras habla con el<br />

director de la prisión de Cagayan de Oro en la que está internada, al norte de<br />

Mindanao, la más oriental de las islas Filipinas. Apenas tiene dieciocho años, los<br />

ojos grandes y oscuros, nariz chata y cejas rectas. Lleva unos muy discretos<br />

pendientes en las orejas, una concesión sobre su uniforme de presidiaria: una<br />

camiseta amarilla en que se puede leer su condición en grandes letras negras, y un<br />

pantalón oscuro. Poco después de esa entrevista recogería su media melena en<br />

trencitas, al estilo tropical. Entiende por qué está encerrada, pendiente de juicio,<br />

pero como no ha conocido otra vida, no ve motivos para callar como lo hacen otros<br />

miembros de la trama.<br />

No se le puede llamar afortunada. Prostituta desde antes de la adolescencia, una<br />

niña de la calle sin recursos ni sitio alguno al que acudir, había conocido lo peor de<br />

la sociedad antes de que la mayoría de las personas saliese de entre los algodones<br />

familiares. Tenía trece y muchas noches dormía a la intemperie cuando en 2011 El<br />

Americano se le acercó y le ofreció dinero y un techo, al menos temporal. Carme, que<br />

se hacía llamar Ángel, no se llamaba a engaño. Incluso las personas que parecían<br />

bondadosas solo buscaban su cuerpo. Este hombre, alto, muy delgado, que fumaba<br />

sin parar, tenía algo terrible en sus ojos. Y no era para menos. No se conformó con<br />

abusar de ella de todas las formas imaginables, muchas de las cuales incluían dolor,<br />

sino que además, lo grababa con diversas cámaras y lo retransmitía por Internet.<br />

Decía que cobraba por ello y, visto el tren de vida que tenía, la chiquilla lo creía.<br />

Siguió con él, no por amor, sino por los beneficios. Aunque a veces la llamase novia.<br />

También lo hacía con Lovely, otra mujer algo mayor que también compartía la casa<br />

en la que vivían. Y las niñas. <strong>La</strong>s niñas eran lo peor. <strong>La</strong>s mayores no pasaban de los<br />

trece años. No quiere recordar lo que llegó a pasar con algunas…<br />

Al cumplir los diecisiete, El Americano perdió interés en su cuerpo ya casi<br />

maduro. Por eso empezó a tener un trabajo diferente. Debía buscar por las calles<br />

niñas pequeñas que estuvieran solas y llevárselas a su novio. En las atestadas calles<br />

de la zona más pobre de Cagayán era fácil. A cambio de un bocadillo o algo que<br />

comer en algún puesto de la zona, las chiquillas la acompañaban con facilidad.<br />

Luego, en manos del forastero, eran sometidas a abominaciones sin nombre por<br />

encargo… hasta que en una de esas se les fue la mano. <strong>La</strong>s exigencias del «cliente»<br />

que miraba la webcam eran tan extremas que una niña murió. Y no pasó nada.<br />

Siguió sin pasar hasta que, en un descuido, dos pequeñas primas se escaparon.<br />

Cuando la policía llegó, fue en parte un alivio. Estar en la cárcel no es tan malo,<br />

después de todo.<br />

www.lectulandia.com - Página 69

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