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se les relega a un rincón archiconservador. En estos casos se ve el poder que tienen las
palabras y cómo muchas veces impiden un diálogo objetivo.
Adolf Hitler, con su lenguaje demagógico, embaucó a todo un pueblo. Las palabras
que en aquella época sonaban en todas las radios marcaron el talante del pueblo. A base
de tabúes rompieron y crearon, incluso entre personas cultas, patrones de
comportamiento que ningún profesor de bachillerato hubiera ofrecido jamás a sus
alumnos. Muchas veces no nos damos cuenta en absoluto de la medida en que nuestro
pensamiento está condicionado por el lenguaje que a diario cae como un chaparrón sobre
nosotros desde los periódicos o desde la radio y la televisión o desde Internet. El que es
hábil en el manejo del lenguaje determina la opinión de una sociedad.
Hoy se pone de manifiesto el poder del lenguaje de otra manera más. En muchas
empresas, aun cuando la mayoría de los empleados sean alemanes, el idioma de la
empresa es hoy el inglés. Esto tiene como consecuencia que los colaboradores que tienen
más conocimientos de inglés son los que ejercen el mayor influjo. Los que dominan el
inglés tienen poder. En las discusiones se retraen los que no tienen conocimientos
suficientes de inglés. Muchas veces, los líderes con buenos conocimientos de lenguas
hacen sentir a los otros que no tienen «nada que decir».
En la mentira, la palabra ejerce un poder negativo. Jesús, en el Evangelio de Juan,
llama al demonio «padre de la mentira». Y es un homicida (cf. Jn 8,44). El que miente,
daña a la persona y, en último término, la mata en su veracidad. El abad de
Schweiklberg, Christian Schütz, interpreta estas palabras diciendo que todos los pecados
son siempre pecados de palabra también y que los pecados de palabra anuncian a los
demás pecados: «Primero “que reviente el judío”, después Auschwitz; primero se niega
el alma a toda vida extrahumana (cf. Descartes), luego un industrialismo desenfrenado le
quita de facto el alma a todo» (Schütz/Nestle 1440s).
Cuánto poder tiene la mentira, pero también cuánto poder puede tener la verdad, lo
expresó magistralmente Alexander Solzhenitsin en una carta abierta escrita en el año
1974. Piensa que el poder necesita la mentira para conseguir su fuerza. «El poder no
puede protegerse detrás de ninguna otra cosa que no sea la mentira, y la mentira solo
puede sostenerse por el poder» (Solzhenitsin 61).
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