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El lenguaje de los salmos es ciertamente un lenguaje ya acuñado, pero que da
expresión a mis más profundos deseos, necesidades, miedos, apuros.
En segundo lugar, el lenguaje de los salmos es un lenguaje enriquecido. Está
enriquecido por las muchas personas que los han orado durante los últimos tres mil años.
También Jesús rezó los salmos. En estas palabras, por tanto, podemos también
identificarnos con las experiencias que Jesús tuvo con su Dios: con sus dudas, su
abandono, pero también con su profunda, abismal confianza. El lenguaje de los salmos
nos conduce al centro mismo del corazón de Jesús.
De aquí que san Agustín nos recomiende rezar los salmos juntamente con Jesús
para identificarnos con sus sentimientos al decir esas palabras. Pero rezamos también los
salmos con la conciencia de que, durante tres milenios, los judíos y cristianos devotos
han dicho esas palabras y de ese modo han orientado su vida. Rezaron esas palabras
cuando estaban desesperanzados, cuando el hambre y la guerra les hacían difícil la vida,
en la enfermedad y en la necesidad, pero también en el gozo y el júbilo. Al rezar hoy
esos salmos, participamos de las raíces de todos los devotos que nos han precedido.
Como tercer aspecto del lenguaje de los salmos, cita Notker Füglister su
plasticidad. El lenguaje metafórico de los salmos se dirige a todo el ser humano: habla
no solo a su entendimiento, sino también a sus sentidos, a su fantasía y a su corazón. El
lenguaje imaginativo de los salmos es intemporal. Nos habla también hoy a nosotros
porque hace resonar en nuestro espíritu imágenes arquetípicas.
Del lenguaje metafórico de los salmos emana un efecto sanante sobre las personas.
Füglister cita a Romano Guardini, quien se queja de que en nuestro tiempo las imágenes
hayan sido sustituidas por conceptos: «El que considera esto con más hondura sabe lo
absurdo que es. En verdad, por este camino el ser humano se vuelve un ser enfermizo,
porque su naturaleza interior solo puede vivir de imágenes» (Füglister 103).
El lenguaje de los salmos es ya en sí mismo diálogo. Yo digo a Dios mis deseos, le
ofrezco mi corazón. Y al mismo tiempo, oigo lo que Dios me dice. A veces estoy más
embebido en mí mismo y en mis problemas, a veces se me manifiesta en las palabras lo
que Dios quiere decirme. Entonces oigo palabras maravillosas de Dios. Y de repente
puedo creer en su amor. En las mismas palabras me expreso yo y oigo la respuesta de
Dios. En último término, es un diálogo ante Dios y en Dios. Las palabras me llevan
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