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percibo el espíritu que domina en ellas por, entre otras cosas, el modo como hablan de
otras comunidades. Si hablan mal de todas las demás comunidades, eso es siempre señal
de que ellas mismas reprimen sus debilidades y sus zonas de sombra y las proyectan
sobre otros. Su discurso marca también su conducta: primero, el comportamiento
respecto de los otros, pero también la conducta dentro de la propia comunidad.
Esta conexión podemos observarla también en el ámbito político. En el Tercer
Reich se atacó primero verbalmente a los judíos y se les calificó de raza inferior. El
lenguaje agresivo llevó después a la bárbara brutalidad ejercida contra los judíos.
Con nuestro lenguaje influimos en nuestro propio obrar y en el hacer de los otros.
Por eso somos responsables de nuestro lenguaje. No podemos escabullirnos: «eran solo
palabras, no hemos hecho nada malo...». Las palabras sí hacen algo malo. Siembran la
semilla del mal, que luego brota en malas acciones. Primero viene el pensar, después el
decir y luego la acción. Estos tres ámbitos no se pueden separar uno de otro.
[1] El refrán alemán que cita el autor dice, literalmente, que «predican agua y beben vino» [N. del T.].
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