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Para esto se necesita el valor de mostrar los sentimientos personales sin asfixiar a
los otros con los sentimientos propios. También hay sermones sentimentales que más
bien chocan desagradablemente al oyente. Los sentimientos tienen que ser auténticos. Y
tienen que brotar del corazón, no estar aderezados conscientemente para arrancar
sentimientos al otro.
Para las palabras cordiales vale lo que Jesús dijo de la Palabra de Dios: «No solo de
pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» –del corazón de
una persona–.
Ansiamos esas palabras que tocan nuestro corazón. Esto vale no solo para la
predicación, no solo para la relación entre esposos, no solo para la educación de los
hijos: vale también para los sobrios ámbitos del trabajo.
Los colaboradores notan al detalle si el jefe solo ha hecho un curso de retórica o si
sus palabras le salen del corazón. Y solo cuando sus palabras salen del corazón los
colaboradores se sienten tocados y también, en último término, motivados. Con palabras
escogidas conscientemente para conseguir un efecto determinado, se sienten
manipulados. Y reaccionan a ello más bien con rechazo. Se defienden contra tales
palabras.
Allí donde las palabras salen del corazón, nace también una atmósfera cordial. Esto
vale para el trabajo, esto vale para cualquier saludo y encuentro personal.
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