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EL ARTE DE HABLAR Y DE CALLAR. Por una nueva cultura del lenguaje - Anselm Grun

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correctamente al otro. Muchas veces esto no es mala voluntad, sino que depende de las

propias represiones. No nos escuchamos lo bastante bien a nosotros mismos. Sobre todo,

no escuchamos a nuestro subconsciente. Cuanto menos escuchemos a nuestro

subconsciente, tanto menos llegará a tener buen resultado una auténtica conversación.

«En la medida en que uno se siente forzado a alejarse de determinados ámbitos de su

propio subconsciente, y, por tanto, también a distanciarse de la consciencia, no estará en

situación de entender y de aceptar ese ámbito en algún otro» (Scharfenberg 48).

Escucharme bien a mí mismo es condición para poder escuchar sin prejuicios al

otro. Y todavía se precisa otra condición más para una buena conversación: lo que el otro

me dice no es algo completamente extraño. Más bien, al oír lo que el otro dice, no puedo

por menos de tomar contacto con lo que se agita en mi propia alma.

En la conversación, el otro no me pasa simplemente información. En la auténtica

conversación acontece más bien «un acordarse de algunas experiencias personales», por

«la activación del conocimiento innato que aún dormita en uno mismo» (ibid. 51). Este

es el método de la filosofía griega, cuyo máximo representante es Sócrates. En último

término, de lo que se trata en la conversación es de contactar con la sabiduría que tengo

en mi propia alma, a través de la expresión de las experiencias, pensamientos y vivencias

propias, y en la escucha de lo que el otro dice. Así, en la conversación no hay ningún

desnivel entre el que enseña y el que aprende, entre el que habla y el que escucha.

Ambos se fecundan mutuamente y ambos se guían recíprocamente más hacia el fondo, a

la sabiduría de la propia alma.

Cómo es la relación entre el hablar y el oír, nos lo muestra Jesús en la curación del

sordomudo. En la sordomudez podemos reconocernos a nosotros mismos. Muchas veces

estamos mudos. Decimos muchas palabras, es verdad, pero en realidad no hablamos. No

hablamos acerca de nuestros sentimientos reales. Y estamos sordos. Tenemos el oído en

piloto automático. Oímos y, sin embargo, no oímos. Solo oímos lo que queremos, y

cerramos nuestros oídos cuando se empieza a decir algo desagradable.

Muchas personas padecen hoy de acúfenos. Aun cuando los acúfenos puedan tener

muchas causas, tal vez son también señal de que tenemos que oír demasiadas cosas, que

oímos lo que no queremos en absoluto oír, que oímos lo amenazador, lo negativo, lo

agresivo: nada de esto nos hace ningún bien.

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