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escaparás al pecado...; y en otro lugar: vida y muerte están en poder de la lengua...»
(Regla 7, 2-5).
Tan pronto como empezamos a hablar de otros, nos asalta siempre el impulso de
juzgar y condenar, y este impulso se funde con nuestras palabras. Pero, con ello, muchas
veces provocamos desastres. Ofendemos a otras personas y solo conseguimos atacarles
los nervios a nuestros oyentes o lectores.
Quien hoy toma la palabra en público imprime su sello en la sociedad. Todo aquel
que pronuncia una conferencia y todo aquel que publica una colaboración en un
periódico o en una revista contribuye a marcar su impronta en el lenguaje de nuestro
mundo. Por eso importa manejar el lenguaje con cuidado y tratarlo con esmero. Con
nuestro lenguaje colaboramos en la construcción de la casa de nuestra sociedad.
Sabemos con qué frecuencia, sin darnos cuenta, se deslizan en nuestro lenguaje la
agresividad, la crítica y la provocación.
Tanto mayor es la responsabilidad de las personas que hablan en público:
responsabilidad para con el lenguaje y para con el pensamiento de nuestro tiempo. Hilde
Domin ha visto así, desde la poesía, lo que a primera vista solo tiene una pequeña
repercusión sobre nuestro mundo. En la poesía, el poeta se aparta del mundo de lo
funcional. Por eso los poemas, por insignificantes que parezcan, forman parte «de lo
mejor que tenemos. De lo que salva al ser humano en su humanidad, lo libera de los
ataques inesperados, independientemente de la forma de sociedad en la que tenga que
vivir» (Domin 295).
Dado que todo poema renueva el lenguaje, tiene un influjo sobre la sociedad. Pero
también todo el que abre su boca en público o el que toma la pluma debería ser
consciente de la responsabilidad no solo para con el lenguaje, sino también para con el
pensamiento y para con la idea de hombre que tiene la sociedad.
El lenguaje en público debería tener algo de la cualidad del lenguaje de Jesús, el
cual también habló en público. El lenguaje público no debe segregar.
Pero con frecuencia el lenguaje segrega: ante todo, por las condenas y las
descalificaciones, pero también por un lenguaje-gueto. Un lenguaje científico segrega
con frecuencia a los no científicos. Un lenguaje teológico puede convertirse en lenguaje-
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