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dice Jesús a las personas con las que habla que ya ahora pasan de la muerte, de lo
inauténtico, fosilizado, a la vida. Sus palabras deparan vida. Despiertan a la vida todo lo
que está anquilosado en el ser humano. Quien acoge su palabra, experimenta ya ahora
algo de vida eterna, de una vida en la que tiempo y eternidad se entrelazan formando una
unidad.
Las palabras de Jesús son un reto para nosotros. La pregunta es si nuestras palabras
suscitan vida. Hay palabras que le convierten a uno en un fósil, palabras que ellas
mismas están muertas y que estrangulan la vida. Si digo a alguien: «Para mí eres una
carga o un cero a la izquierda, no quiero tener nada que ver contigo», tales palabras
matan algo en el otro: la esperanza en una vida llena de sentido, la esperanza de ser
considerado y aceptado. Y hay palabras que nos abren los ojos y nos hacen ver las cosas
a fondo. Cuando alguien me describe con palabras la belleza de un monte, mi corazón se
ensancha. Adivino algo de la verdad del monte. Entonces la vida corre a chorros dentro
de mí. Entonces paso de la muerte a la vida.
Segunda afirmación que Jesús hace sobre sus palabras: «Vosotros estáis ya limpios
por la palabra que os he dicho» (Jn 15,2). Jesús hablaba de tal manera que los discípulos
se sentían limpios, en armonía consigo mismos y palpando su claridad, su limpieza y su
belleza interiores.
Pero esto quiere decir también que las palabras de Jesús eran limpias y nítidas.
Nuestro hablar está muchas veces mezclado con otras tendencias. Queremos, por
ejemplo, dárnoslas de mejores de lo que somos. O se mezclan en nuestro lenguaje tonos
agresivos e hirientes. Y con excesiva frecuencia, nuestro lenguaje es evaluador y crítico.
Solo un lenguaje terso, que nos salga del corazón, podrá desenturbiar lo que hay de
turbio en el ser humano.
Con frecuencia hablamos un lenguaje cargado de reproches y moralizador. Pero con
un lenguaje moralizador, las personas no se sienten limpias, sino sucias, manchadas,
culpabilizadas. De Jesús podemos aprender un lenguaje claro y limpio, que, por eso,
remite a la persona a su claridad interior.
Pero esa palabra de Jesús quiere decirme otra cosa más: mi reacción a las palabras
del otro no solo afirma algo sobre mí mismo, sino también sobre el otro. Muchas veces,
al oír una conferencia o un sermón, me siento incómodo. Con frecuencia percibo
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