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EL ARTE DE HABLAR Y DE CALLAR. Por una nueva cultura del lenguaje - Anselm Grun

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Luego, en la liturgia de bendición, abrimos nuestras manos en forma de patena y

meditamos lo que está grabado en nuestras manos. Allí está grabada la historia de

nuestra vida. Dios ha puesto aptitudes y capacidades en nuestras manos. Pero en nuestras

manos está también grabada la historia de nuestros antepasados. Luego alzamos las

manos para la oración en un gesto ancestral de bendición. Los monjes primitivos

interpretan estos gestos no solo como gestos de bendición, sino también como gestos que

nos recuerdan que nuestros dedos llegan al cielo.

Si en esa actitud recitamos despacio el padrenuestro, podemos imaginarnos que lo

estamos rezando juntamente con nuestros difuntos. Recordamos entonces lo que nuestros

padres y abuelos pusieron en cada una de las palabras, cómo con esas palabras –a través

y a lo largo de todas las crisis– llevaron a cabo su vida. Nos imaginamos que rezamos

ahora esas palabras juntamente con ellos. Las rezamos como personas que buscan, que

dudan, que creen; nuestros difuntos las dicen ahora como quienes contemplan a Dios en

el cielo. Así, esta oración nos une con los difuntos. Nos abre el cielo sobre nuestra vida.

Participamos de las raíces de nuestros antepasados. Esto da fuerza y consistencia a

nuestra vida.

El lenguaje de la liturgia es un lenguaje con toda la dignidad de la tradición.

Necesita también hoy cultivo y reelaboración. Pero sería una pena que, porque a alguien

le dan en rostro, abandonásemos formulaciones que se han ido fraguando a lo largo de

siglos y que en su plasticidad han conmovido los corazones de la gente. Mejor sería

desarrollar el lenguaje de la liturgia de tal manera que pudiera ser vivido en su

plasticidad y que se convirtiera –como dice Martin Heidegger– en una invitación a hacer

que también en nuestros corazones esté presente lo que existe.

Teólogos pastoralistas y expertos liturgistas se preguntan cómo traducir

adecuadamente hoy a la lengua materna los antiguos textos litúrgicos para que la gente

los entienda. Lo decisivo es –así se expresa, por ejemplo, Karl Schlemmer en su artículo

aparecido en la revista Anzeiger für die Seelsorge, número de junio de 2012– que la

gente entienda el lenguaje litúrgico. Para ello es importante que las palabras se digan

desde el corazón: « Para el éxito de todos los actos litúrgicos con lecturas, son

ineludibles un lenguaje sencillo y modesto y unos contenidos que muevan a los

cristianos de hoy» (Schlemmer 13).

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