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Luego, en la liturgia de bendición, abrimos nuestras manos en forma de patena y
meditamos lo que está grabado en nuestras manos. Allí está grabada la historia de
nuestra vida. Dios ha puesto aptitudes y capacidades en nuestras manos. Pero en nuestras
manos está también grabada la historia de nuestros antepasados. Luego alzamos las
manos para la oración en un gesto ancestral de bendición. Los monjes primitivos
interpretan estos gestos no solo como gestos de bendición, sino también como gestos que
nos recuerdan que nuestros dedos llegan al cielo.
Si en esa actitud recitamos despacio el padrenuestro, podemos imaginarnos que lo
estamos rezando juntamente con nuestros difuntos. Recordamos entonces lo que nuestros
padres y abuelos pusieron en cada una de las palabras, cómo con esas palabras –a través
y a lo largo de todas las crisis– llevaron a cabo su vida. Nos imaginamos que rezamos
ahora esas palabras juntamente con ellos. Las rezamos como personas que buscan, que
dudan, que creen; nuestros difuntos las dicen ahora como quienes contemplan a Dios en
el cielo. Así, esta oración nos une con los difuntos. Nos abre el cielo sobre nuestra vida.
Participamos de las raíces de nuestros antepasados. Esto da fuerza y consistencia a
nuestra vida.
El lenguaje de la liturgia es un lenguaje con toda la dignidad de la tradición.
Necesita también hoy cultivo y reelaboración. Pero sería una pena que, porque a alguien
le dan en rostro, abandonásemos formulaciones que se han ido fraguando a lo largo de
siglos y que en su plasticidad han conmovido los corazones de la gente. Mejor sería
desarrollar el lenguaje de la liturgia de tal manera que pudiera ser vivido en su
plasticidad y que se convirtiera –como dice Martin Heidegger– en una invitación a hacer
que también en nuestros corazones esté presente lo que existe.
Teólogos pastoralistas y expertos liturgistas se preguntan cómo traducir
adecuadamente hoy a la lengua materna los antiguos textos litúrgicos para que la gente
los entienda. Lo decisivo es –así se expresa, por ejemplo, Karl Schlemmer en su artículo
aparecido en la revista Anzeiger für die Seelsorge, número de junio de 2012– que la
gente entienda el lenguaje litúrgico. Para ello es importante que las palabras se digan
desde el corazón: « Para el éxito de todos los actos litúrgicos con lecturas, son
ineludibles un lenguaje sencillo y modesto y unos contenidos que muevan a los
cristianos de hoy» (Schlemmer 13).
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