You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
personas y en sus reacciones percibo cómo puedo hablar de manera que mi charla no se
convierta en un simple monólogo, sino que llegue a ser un diálogo.
Muchos conferenciantes no hacen más que leer su texto. Sin embargo, la palabra
escrita es algo distinto de la palabra hablada. La palabra hablada necesita siempre la
relación con el oyente. Cuando miro al oyente, noto lo que puedo decir y cómo puedo
hacerle compartir mis ideas. Las frases escritas son con frecuencia demasiado largas para
ser escuchadas. Y muchas veces su lenguaje es demasiado complicado.
Una y otra vez tengo que habérmelas también con traductores. Se quejan con
frecuencia de las frases largas y demasiado complicadas con las que tienen que
enfrentarse. Muchos profesores creen que sus ideas solo las pueden transmitir en
períodos de largo aliento.
Sin embargo, mi experiencia es esta: cuando he entendido una cosa, puedo
expresarla con facilidad. Tras frases complicadas se oculta muchas veces un alma
complicada o la necesidad de causar impresión mediante frases retorcidas. Naturalmente,
el lenguaje no puede ser banal. Pero el arte estaría en entender las cosas y exponerlas en
un lenguaje que fuera inteligible.
Pero no solo los profesores tienen su propio lenguaje, un lenguaje que a veces solo
está en la cabeza y no sale del corazón. El experto en comunicación –que también da
clases– me contaba, en el encuentro citado al comienzo, que muchos estudiantes, en sus
conferencias pronunciadas ante compañeros de profesión, renegaban de su propio
lenguaje. Copiaban el lenguaje de los profesores. Pensaban que tenían que acomodarse al
lenguaje de ellos. Sin embargo, sus trabajos académicos resultaban desvaídos. Cuando
de nuevo están solos entre sus compañeros universitarios, hablan de manera
completamente diferente. Entonces pueden también exponer los temas de modo mucho
más claro.
Un universitario, en nuestra ronda de intervenciones del comienzo, opinaba que
muchos estudiantes, por miedo al futuro, se amoldan en sus disertaciones públicas a las
expectativas implícitas o explícitas de sus oyentes. Tienen miedo a ser auténticos y
escapar a las expectativas a las que se sienten expuestos.
Muchas veces somos acomodaticios en nuestro lenguaje: los estudiantes se
acomodan al lenguaje de los profesores; los deportistas que son entrevistados, al
90