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EL ARTE DE HABLAR Y DE CALLAR. Por una nueva cultura del lenguaje - Anselm Grun

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personas y en sus reacciones percibo cómo puedo hablar de manera que mi charla no se

convierta en un simple monólogo, sino que llegue a ser un diálogo.

Muchos conferenciantes no hacen más que leer su texto. Sin embargo, la palabra

escrita es algo distinto de la palabra hablada. La palabra hablada necesita siempre la

relación con el oyente. Cuando miro al oyente, noto lo que puedo decir y cómo puedo

hacerle compartir mis ideas. Las frases escritas son con frecuencia demasiado largas para

ser escuchadas. Y muchas veces su lenguaje es demasiado complicado.

Una y otra vez tengo que habérmelas también con traductores. Se quejan con

frecuencia de las frases largas y demasiado complicadas con las que tienen que

enfrentarse. Muchos profesores creen que sus ideas solo las pueden transmitir en

períodos de largo aliento.

Sin embargo, mi experiencia es esta: cuando he entendido una cosa, puedo

expresarla con facilidad. Tras frases complicadas se oculta muchas veces un alma

complicada o la necesidad de causar impresión mediante frases retorcidas. Naturalmente,

el lenguaje no puede ser banal. Pero el arte estaría en entender las cosas y exponerlas en

un lenguaje que fuera inteligible.

Pero no solo los profesores tienen su propio lenguaje, un lenguaje que a veces solo

está en la cabeza y no sale del corazón. El experto en comunicación –que también da

clases– me contaba, en el encuentro citado al comienzo, que muchos estudiantes, en sus

conferencias pronunciadas ante compañeros de profesión, renegaban de su propio

lenguaje. Copiaban el lenguaje de los profesores. Pensaban que tenían que acomodarse al

lenguaje de ellos. Sin embargo, sus trabajos académicos resultaban desvaídos. Cuando

de nuevo están solos entre sus compañeros universitarios, hablan de manera

completamente diferente. Entonces pueden también exponer los temas de modo mucho

más claro.

Un universitario, en nuestra ronda de intervenciones del comienzo, opinaba que

muchos estudiantes, por miedo al futuro, se amoldan en sus disertaciones públicas a las

expectativas implícitas o explícitas de sus oyentes. Tienen miedo a ser auténticos y

escapar a las expectativas a las que se sienten expuestos.

Muchas veces somos acomodaticios en nuestro lenguaje: los estudiantes se

acomodan al lenguaje de los profesores; los deportistas que son entrevistados, al

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