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humano. Las palabras llevan a la mística, la cual también necesita muchas palabras para
hacer que, a través de ellas, se manifieste el Dios que está más allá de toda palabra.
En la conversación tienen lugar con frecuencia curaciones. Las historias de
curaciones las toma Lucas del Evangelio de Marcos. Pero Lucas acentúa el diálogo que
Jesús mantiene con los enfermos. Precisamente las narraciones que solo se encuentran en
Lucas se distinguen por sus preciosos diálogos.
Por ejemplo, el encuentro de Jesús con la pecadora. La mujer habla sin palabras al
enjuagar con sus lágrimas los pies de Jesús y ungirlos con óleo. Su amor se hace visible
a través de su gesto. Su acción da que pensar al anfitrión. Jesús cae en la cuenta de sus
pensamientos y los orienta en otra dirección contando la parábola del acreedor que tenía
dos deudores de deuda desigual (cf. Lc 7,41).
Jesús no adoctrina al anfitrión, sino que con una pregunta le orienta en otra
dirección. Jesús entonces explica la conducta de la mujer y habla del misterio del perdón
y del amor. En el diálogo no solo se clarifica la naturaleza del perdón, sino que también
se opera la transformación de aquellas personas que están presentes. Su modo de ver se
transforma. La mujer vuelve a casa transformada y también los fariseos se sienten
interiormente tan descolocados que miran de otra manera a la mujer.
Con sus parábolas, Jesús responde a los chismorreos de la gente. Así se dice en la
introducción a las tres parábolas: la de la oveja perdida, la del dracma perdido y la del
hijo pródigo: «Los fariseos y los doctores de la ley se irritaron por esto y decían: Este
recibe a pecadores e incluso come con ellos» (Lc 12,2). Mediante el relato de las
parábolas, Jesús modifica los puntos de vista de las personas.
Precisamente en la magnífica parábola del hijo pródigo, el diálogo desempeña un
papel central. La conversión del hijo comienza con un diálogo que entabla consigo
mismo. En ese diálogo consigo mismo se hace consciente de su situación y cobra ánimo
para ponerse en camino y volver a su padre. El regreso se describe mediante gestos y
mediante palabras. El padre sale al encuentro del hijo, le echa los brazos al cuello y lo
besa. Y en el diálogo se percibe con claridad lo que significa perdonar: poner al hijo una
túnica preciosa, volver a hacer ver su belleza originaria. La acción exterior se justifica
con las palabras «porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había perdido y se
ha encontrado» (Lc 15,24). En el diálogo se produce la transformación. Con todo, Lucas
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