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de tal manera que no se convierta en una carga innecesaria para las personas. Su lenguaje
moralizador busca más bien ejercer el poder y oprimir a las personas para ponerse por
encima de ellas. Ahora bien, esto no es un lenguaje dialogal ni un lenguaje que procede
del silencio.
Lo que hace la palabra que viene del silencio nos lo muestra de modo impresionante
el primer relato de la creación en la Biblia. Al principio de la creación había silencio.
Este silencio carecía de estructura. Todo era un caos informe (cf. Gn 1,1). En ese silencio
pronunció Dios la palabra: «Que exista la luz». La palabra configura el silencio informe
y le da estructura. Y la palabra trae luz al interior del mundo.
Hay palabras-raíz que no perturban el silencio, sino que acentúan su mensaje. Y hay
palabras que provienen del silencio y lo hacen audible. La palabra que estalla desde el
silencio nos conduce al silencio. No interrumpe el silencio, sino que lo hace más
profundo.
Hay personas cuyos discursos no interrumpen el silencio. Sin embargo, también hay
otras que hacia fuera no dicen gran cosa, pero en las que se palpa la inquietud interior. El
que habla desde el silencio sopesa sus palabras. No emplea palabras para huir del
silencio. Dice palabras cuando el Espíritu de Dios le fuerza a ello. De lo contrario, calla.
No está bajo la presión de tener que decir algo.
Cuando organizo seminarios sobre el silencio, frecuentemente los participantes
perciben como un servicio gratificante el poder guardar silencio durante la comida.
Entonces se dan cuenta de cómo muchas veces, en otros momentos, solo hablan porque
hay que decir algo. Hablan con frecuencia para romper la atmósfera embarazosa del
silencio. Pero cuando todos juntos guardan silencio, se crea una profunda unión interior.
Cuando los participantes, al final del curso, vuelven a charlar otra vez entre sí, se sienten
más unidos en las pocas palabras que si hubieran estado hablando todo el tiempo unos
con otros.
En el introito –canto de entrada– del primer domingo del tiempo de Navidad, la
liturgia medita las palabras del Libro de la Sabiduría y las refiere a la humanización de
Dios en Jesucristo: «Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera,
tu palabra todopoderosa se abalanzó desde el trono real de los cielos» (Sab 18,14). La
Palabra que en Jesús toma carne viene del profundo silencio de Dios.
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