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10.
Hablar y escribir
En el encuentro que cité al comienzo de esta obra, la encargada de la librería contaba sus
experiencias con los libros: muchos libros le resultaban demasiado planos. Aterrizaban
con excesiva rapidez en dar consejos. Los consejos, por añadidura, venían de fuera. Y su
mensaje era que la vida es muy fácil: bastaría con seguirlos para que todo saliera a pedir
de boca. Aunque el lenguaje de tales libros se presenta con frecuencia muy modoso,
tiene un tic autoritario. Su autor sabe de sobra cómo se las gasta la vida. Y sugiere al
lector que tiene que seguirle incondicionalmente. Solo así su vida podrá tener éxito.
Tales libros no tienen un lenguaje a la altura de la honesta búsqueda de Paul Celan.
Son más bien, en palabras de este autor, un abuso del lenguaje, puro márketing con
peligrosos resabios de soborno (cf. Baumann 97). Prometen en su lenguaje algo que no
se va a poder cobrar. Su lenguaje sabe demasiado. Ya no deja ningún resquicio libre.
Pero, aun con todas las explicaciones, lo inexplicable siempre debe tener un espacio.
Paul Celan –dice Gerhart Baumann– compartía la convicción de Rudolf Kassner: «Una
historia es verdadera mientras no se intenta explicarla» (ibid. 17). De Paul Celan
podríamos aprender, en relación con los imponentemente sabihondos libros de consejos,
a «percibir lo traicionero del lenguaje, a descubrir lo inauténtico e insincero en medio de
las descaradas protestas de verdad» (ibid. 19).
Que el lenguaje no debería contentarse nunca con describir simplemente las cosas,
sino que su misión es sacar a la luz los trasfondos y los secretos de la realidad, lo ha
subrayado una y otra vez el escritor austriaco Peter Handke, sobre todo. A los realistas
alemanes, como Günter Grass y el crítico-estrella Marcel Reich-Ranicki, les reprocha su
ingenua postura de realismo y naturalismo. En un encuentro del grupo de los 47, en el
año 1966, calificó a esta corriente de «impotencia descriptiva». Con ello, por supuesto,
se granjeó la enemistad de ambos.
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