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El diálogo aspira al encuentro entre personas. Si resulta bien, nadie es
instrumentalizado ni utilizado abusivamente como medio. En el diálogo me dirijo al otro
por razón de él mismo. En el diálogo no solo intento entender al otro, sino que quisiera
unirme a él para lo que nos es común y para lo que es personal: lo que «nos atañe
absolutamente» (Paul Tillich). De este modo, en todo diálogo auténtico está presente
Dios como Aquel que nos atañe incondicionalmente.
Friedemann Schulz von Thun ha descrito de modo bien impresionante en su famoso
«modelo de cuatro lados» cómo puede tener buen resultado un diálogo y qué puede
entorpecerlo. Para la descripción de este modelo me baso en las notas que el experto en
comunicación Ralph Wüst me facilitó en nuestro encuentro preparatorio de este libro.
Schulz von Thun opina que, en la comunicación de una persona con otra, las
noticias se pueden contemplar desde cuatro lados distintos y pueden interpretarse bajo
cuatro supuestos diferentes:
El primer aspecto se refiere a la relación con la cosa: se comunica el asunto
descrito, el contenido objetivo de la cosa.
El segundo aspecto considera la relación con el que habla: se refiere a la
automanifestación del que habla. Este da a conocer algo de sí mismo.
El tercer aspecto va referido a la relación mutua: en la clase de mensaje se
manifiesta algo sobre la relación del uno con el otro. Está claro lo que pienso de ti y cuál
es nuestra situación mutua.
El cuarto aspecto se refiere al efecto pretendido: mis palabras contienen una
apelación al otro. Quisiera mover al otro a hacer algo.
Los trastornos y los conflictos surgen cuando el que habla y el que escucha
interpretan y valoran de manera diferente los cuatro niveles. Esto lleva a malentendidos
y conflictos. Un ejemplo conocido, pero que sigue siendo impresionante, lo describe
Schulz von Thun en su libro Miteinander reden. Una pareja va sentada en el coche, la
mujer al volante. Se detienen ante un semáforo. El varón dice a la mujer: «El semáforo
está en verde». La mujer contesta: «¿Conduces tú o conduzco yo?» (cf. Schulz von Thun
1, 25s).
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