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exactamente igual que transmitir sentimientos de culpa. Frente a ambas cosas, uno no se
puede defender.
De todos modos, también hay en la televisión moderadores que contactan realmente
con el entrevistado y quieren entablar una conversación no prefabricada: una
conversación que más bien se puede ir desarrollando porque ambos se escuchan
mutuamente. Esto es posible sobre todo en un diálogo entre dos, cara a cara. En
entrevistas hechas en grupo tengo con frecuencia la impresión de que muchos
participantes miden su importancia por la frecuencia con que toman la palabra y así
dominan la conversación.
En las crónicas de sociedad de las revistas, lo que importa las más de las veces, al
igual que en la televisión, es solo el sensacionalismo. Continuamente se está hablando de
otros. En los periódicos serios, los artículos sobre otras personas son las más de las veces
plenamente respetuosos. En ellos se intenta respetar al otro.
Sin embargo, esta clase de lenguaje que se muestra sensible para con el otro y se
abstiene de juzgar es más bien rara. Incluso en los periódicos serios se ejerce con
frecuencia una presión sobre los periodistas para que presenten sus temas de la manera
más incisiva posible. Lo que es solo equilibrado, evidentemente no interesa a nadie. Se
distorsiona la finalidad del lenguaje: el lenguaje sirve para aumentar la tirada de los
periódicos, no para exponer los hechos o para aclarar los sucesos del momento y sus
trasfondos. En este contexto encaja bien una descripción de Paul Celan: «Nada podría
ofenderle tanto como el abuso y la venalidad, aquellos cálculos dañinos y aquellos
peligrosos intentos de soborno a base de un lenguaje que alardea de saberlo todo y que
en realidad no dice nada» (Baumann 97).
En la atmósfera de charlatanería de nuestro tiempo, la instrucción de san Benito de
Nursia sobre la discreta guarda del silencio sería una buena medicina. Escribe san
Benito: «Por mor del discreto silencio debe uno renunciar a veces a buenas
conversaciones. Tanto más, en razón del castigo de los pecados, tenemos que
abstenernos de malas palabras. Por tanto, aun cuando se trate de conversaciones buenas,
santas, edificantes, solo raramente les sean permitidas a los discípulos perfectos, a causa
de la importancia de la guarda del silencio. Porque está escrito: con el mucho hablar, no
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