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mano paralizada le dice Jesús: «Extiende la mano». Y «el hombre la extendió y su mano
quedó curada» (Mc 3,5). El hombre que hasta entonces se ha conformado con no pillarse
los dedos, siente de repente ánimo para tomar su vida en sus manos y dar forma con
estas a lo que se le presente. En muchas historias de curación, Jesús dice unas palabras al
enfermo. Y la palabra le sana. La palabra realiza lo que dice.
Una preciosa historia sobre el poder de la palabra nos la refiere Lucas. Hay un
capitán romano cuyo criado está mortalmente enfermo. El capitán envía a Jesús algunos
judíos de los más ancianos con el ruego de que cure a su criado. Jesús va con ellos. Sin
embargo, cuando está ya cerca de la casa del capitán, este envía amigos a Jesús con el
encargo de decirle: «Señor, no te molestes; no soy digno de que entres bajo mi techo. Por
eso no me consideré digno de acercarme a ti. Pronuncia una palabra y mi criado quedará
sano» (Lc 7,6s).
La liturgia ha recogido esta historia. Manda a los fieles pronunciar las palabras del
capitán pagano antes de la comunión. A algunos les chocan estas palabras, sobre todo el
«no soy digno». Esa expresión les recuerda todas las descalificaciones que con
frecuencia sufrieron en su educación y muchas veces también en su instrucción religiosa,
como si no fueran dignos de llegarse a Dios.
Sin embargo, cuando leemos la historia bíblica, percibimos que el capitán rebosa
confianza en sí mismo. Y la historia nos invita a ponernos en el lugar del capitán; es
decir, en el de una persona respetable, en el de una fuerte personalidad. Con sus palabras
no se rebaja, sino que dignifica al que quiere llegar a él. Muestra su respeto reverencial
ante el completamente Otro que en Jesús le sale al encuentro. El capitán es romano y,
por lo mismo, tanto para los judíos como más tarde para los cristianos, un gentil.
Muestra nuestro alejamiento interior de Dios. A pesar de toda la religiosidad, Dios ha
seguido siendo todavía para nosotros el Extraño y el completamente Otro.
Como el capitán, confesamos que no somos dignos de que Jesús entre en nuestra
casa: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Pero di una sola palabra y mi
alma quedará sana». Lo que aconteció en esta historia de curación tiene que sucedernos a
nosotros en la comunión. No tiene que quedar sano nuestro criado, sino nuestra alma.
Pero, en contraste con la historia bíblica, Jesús va a entrar en nuestra casa. Sin
embargo, antes de que entre, decimos que tenga a bien decir su palabra, la que cura y
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