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EL ARTE DE HABLAR Y DE CALLAR. Por una nueva cultura del lenguaje - Anselm Grun

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A esto, respondo siempre: «Sobre personas no hablo. No las conozco. Y por eso, no

soy quién para juzgarlas». A pesar de todo, muchos periodistas de la televisión intentan

forzarme a hacer alguna declaración. Otros, por el contrario, dicen al final: «Realmente,

usted tiene razón. Al fin y al cabo, a mí tampoco me va toda esa cultura de la

indignación».

En la indignación me pongo por encima de los otros. Me levanto sobre ellos y los

miro de arriba abajo. Pero esto no nos hace bien. La tradición espiritual habla de

humildad, de humilitas. Esto quiere decir que nosotros, los humanos, estamos todos al

mismo nivel. No nos compete elevarnos por encima de los demás. Somos humanos

como los otros.

Dicen los monjes antiguos: «Cuando veas pecar a un hermano, di: Yo he pecado».

La persona que ha cometido una falta es un espejo para mí. Si contemplo ese espejo, veo

que tal vez yo tengo también la misma falta, o que al menos llevo en mí la tendencia a

cometerla. No tengo ninguna garantía de que lo que critico en el otro no pueda yo

hacerlo de la misma manera, si es que no lo he hecho ya.

La palabra alemana Entrüstung [indignación, enojo] deriva de rüsten [armar, hacer

preparativos]. Esto no solo significa el acopio [Ausrüstung] de armas, sino también el

acicalarse y el aderezarse y disponerse para algo.

Cuando me enfado con alguien, le quito su armadura, su protección [Rüstung]. Le

quito la posibilidad de defenderse. En ese momento, es incapaz de prepararse para una

tarea. Y le quito el ornato. Le desnudo públicamente y le despojo de su ornato. Esto es

como dejarle a uno las vergüenzas al aire.

Las más de las veces no pensamos en el otro y no miramos qué siente cuando se ve

despojado de su protección. Solo pensamos en nosotros y en nuestra indignación. Y en

nuestro enojo nos sentimos moralmente superiores: todo lo hacemos correctamente. Y

pensamos que es importante indignarnos en este mundo para mostrar cómo deben

comportarse los demás. También aquí vale la palabra de Jesús: «Quien de vosotros esté

sin pecado, tire la primera piedra» (Jn 8,7).

Nuestra sociedad está marcada por una mentalidad de chivo expiatorio. Cuando una

persona pública comete una falta se la pone en la picota hasta que dimita. En ese

momento, es como si se la cargara con toda la culpa que uno mismo lleva dentro. Se le

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