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El teólogo protestante de Würzburg Klaas Huizing opina que en una narración del
Evangelio de Lucas le sucede a uno lo que le pasó a Rilke al contemplar el torso del
Apolo clásico: «No hay en él sitio alguno que no te vea a ti. Tienes que cambiar tu vida».
En los cuadros que Lucas pinta en su evangelio y en los Hechos de los Apóstoles, nos
vemos a nosotros mismos. Y los cuadros nos miran. Esto nos transforma. Lucas no
moraliza ni me incita a cambiar mi vida. Pero, al contar historias fascinantes, acontecen
de por sí la transformación y el cambio de mi vida y de mi actitud ante ella.
Esos cuadros que pinta Lucas puede uno contemplarlos una y otra vez para
experimentar su efecto transformante. Como los griegos, Lucas apuesta en ellos por la
belleza. Para los griegos, todo lo que es, es bello. Y el lenguaje tiene la tarea de hacer
honor a la belleza de las cosas y de poner a las personas, mediante la belleza, en contacto
con su propia belleza interior, con el fulgor divino que hay dentro de ellas.
Cuando la persona contacta con su belleza originaria, entonces recupera salud e
integridad, vuelve a ser buena y bella. Para Platón, lo bello es también «lo justo, lo
conveniente, lo bueno, lo acorde con su naturaleza, aquello por lo que la persona posee
integridad, bienestar, plenitud». Lucas ha narrado también sus historias de curación de
tal manera que las personas se sienten elevadas a su belleza originaria. A través de su
bello lenguaje, el lector puede experimentar lo que Jesús hace en los enfermos. El lector
contacta con su propia belleza, con su esplendor originario.
El lenguaje de Lucas es también un lenguaje emocional. No nombra sentimientos,
sino que los expresa con su lenguaje. En su lenguaje uno percibe que Lucas está en
sintonía con las personas sobre las que escribe, y que se acomoda con su lenguaje al
acontecimiento en cuestión. Al mismo tiempo, uno percibe que quiere a las personas y
que habla de ellas con respeto. También esto es un rasgo esencial de un buen lenguaje.
La lengua habla a alguien y sobre alguien. Y en la forma y manera como hablo, se
evidencia si quiero a las personas o las desprecio, si querría decir a las personas buenas
palabras o malas. Decir palabras buenas significa bendecir (en latín benedicere). Decir
malas palabras significa maldecir (en latín maledicere). Cuando Lucas escribe palabras
buenas porque piensa bien del lector y le quiere, sus palabras se convierten en bendición
para sus lectores y lectoras.
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