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EL ARTE DE HABLAR Y DE CALLAR. Por una nueva cultura del lenguaje - Anselm Grun

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sonriente, también él se siente inseguro y se preguntará si todo eso es realmente

auténtico. En nuestra mímica percibe cómo reaccionamos a sus palabras: si esa mímica

nos sale del corazón, si realmente estamos conmovidos y nos sentimos afectados, o si

nuestras palabras son puro camuflaje. En nuestros gestos percibe también si le

aceptamos interiormente o si rechazamos y descalificamos lo que nos está contando –y

de ese modo, si le rechazamos y le juzgamos a él mismo–.

Cuando asisto a una conferencia no solo presto atención a las palabras, sino que

también me fijo en el lenguaje de los gestos. Miro cuál es la postura de cada uno: si está

quieto, seguro de sí, o si se mueve de acá para allá una y otra vez, si simplemente está

ahí o si en todo momento busca provocar algún efecto. En su modo de estar y en sus

gestos percibo si está comprometido con algo más importante o si lo que pretende es

exhibirse y situarse en el centro.

Luego me fijo también en sus manos: ¿se corresponden sus gestos con lo que dice,

o se me antojan artificiales?; ¿tengo la impresión de que están estudiados para causar

impresión?; ¿son auténticos?

A veces el conferenciante delata también su actitud interior con su gesticulación.

Delata su actitud interior autoritaria con gestos como estirar el dedo. O muestra su

actitud magisterial, apuntando una y otra vez con el dedo como hace un profesor. Ya

pueden ser suaves sus palabras: muchas veces, gestos agresivos como el puño cerrado o

movimientos crispados revelan la agresividad reprimida del orador.

Algunos deportistas, empresarios o políticos se han perjudicado a sí mismos por un

lenguaje corporal inadecuado. Famoso es el signo de victoria que el antiguo presidente

del Deutsche Bank, Josef Ackermann, hizo a los periodistas con los dedos extendidos, en

el curso de un proceso. Se dejó arrastrar a este gesto por un periodista. Quería satisfacer

el deseo de este de conseguir una fotografía espectacular. Pero no tenía conciencia de la

reacción negativa que con ello iba a provocar en el público. Tuvo que aprender con

amargura lo importante que es tener cuidado de cómo hablamos a la gente con nuestro

cuerpo.

No solo las palabras irreflexivas, sino también los gestos desconsiderados pueden

provocar un inmenso desastre. Es importante expresar lo que tenemos dentro y no

dejarnos arrastrar por otro a algo que no nos va.

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