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sonriente, también él se siente inseguro y se preguntará si todo eso es realmente
auténtico. En nuestra mímica percibe cómo reaccionamos a sus palabras: si esa mímica
nos sale del corazón, si realmente estamos conmovidos y nos sentimos afectados, o si
nuestras palabras son puro camuflaje. En nuestros gestos percibe también si le
aceptamos interiormente o si rechazamos y descalificamos lo que nos está contando –y
de ese modo, si le rechazamos y le juzgamos a él mismo–.
Cuando asisto a una conferencia no solo presto atención a las palabras, sino que
también me fijo en el lenguaje de los gestos. Miro cuál es la postura de cada uno: si está
quieto, seguro de sí, o si se mueve de acá para allá una y otra vez, si simplemente está
ahí o si en todo momento busca provocar algún efecto. En su modo de estar y en sus
gestos percibo si está comprometido con algo más importante o si lo que pretende es
exhibirse y situarse en el centro.
Luego me fijo también en sus manos: ¿se corresponden sus gestos con lo que dice,
o se me antojan artificiales?; ¿tengo la impresión de que están estudiados para causar
impresión?; ¿son auténticos?
A veces el conferenciante delata también su actitud interior con su gesticulación.
Delata su actitud interior autoritaria con gestos como estirar el dedo. O muestra su
actitud magisterial, apuntando una y otra vez con el dedo como hace un profesor. Ya
pueden ser suaves sus palabras: muchas veces, gestos agresivos como el puño cerrado o
movimientos crispados revelan la agresividad reprimida del orador.
Algunos deportistas, empresarios o políticos se han perjudicado a sí mismos por un
lenguaje corporal inadecuado. Famoso es el signo de victoria que el antiguo presidente
del Deutsche Bank, Josef Ackermann, hizo a los periodistas con los dedos extendidos, en
el curso de un proceso. Se dejó arrastrar a este gesto por un periodista. Quería satisfacer
el deseo de este de conseguir una fotografía espectacular. Pero no tenía conciencia de la
reacción negativa que con ello iba a provocar en el público. Tuvo que aprender con
amargura lo importante que es tener cuidado de cómo hablamos a la gente con nuestro
cuerpo.
No solo las palabras irreflexivas, sino también los gestos desconsiderados pueden
provocar un inmenso desastre. Es importante expresar lo que tenemos dentro y no
dejarnos arrastrar por otro a algo que no nos va.
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