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EL ARTE DE HABLAR Y DE CALLAR. Por una nueva cultura del lenguaje - Anselm Grun

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Los ritos en las liturgias de la Palabra podrían proporcionar a la gente de hoy la fuerza

sanante de Jesucristo.

Desde hace algunos años, en los más importantes cambios del ciclo anual,

celebramos en Münsterschwarzach liturgias de bendición: una en torno al 2 de febrero, la

liturgia penitencial antes del Domingo de Ramos, otras liturgias en torno al 24 de junio y

al 2 de noviembre; todas ellas, los miércoles por la tarde. La liturgia de bendición consta

de palabra, de rito y de música. Un coro acompaña el acto litúrgico con una música

meditativa que hace que las palabras penetren más profundamente en el corazón.

Me gustaría contar solo un par de ejemplos. El 2 de febrero repartí pequeñas velas

entre los participantes. Las encendimos en la iglesia a oscuras para que la luz iluminase,

ante todo, los oscuros espacios de nuestra vida. Luego nos pusimos en marcha y

caminamos en procesión silenciosa a lo largo de la iglesia, mientras un compañero

nuestro, monje, acompañaba nuestros pasos con el violín. En un acto litúrgico había yo

comentado la parábola del dracma perdido como imagen para la procesión: buscamos en

nuestro interior el yo perdido, el centro personal perdido, los ideales perdidos, el

entusiasmo perdido, la fe perdida, el amor perdido.

En otra liturgia de bendición para esa fiesta, tomé como imagen la canción «María

caminaba por un zarzal», que el compañero monje hacía sonar una y otra vez en el

violín. Con la luz de Jesucristo, avanzábamos a través del zarzal de nuestra vida diaria.

La zarza es, según una palabra de Jesús, un símbolo de las preocupaciones que con

frecuencia nos asfixian en el día a día. Pero también simboliza las heridas que nos

hieren, las humillaciones de la historia de nuestra vida, así como las muchas punzadas

que diariamente recibimos. Tales ritos llevan el mensaje de la fiesta de la Presentación

de María al corazón de la gente. El mensaje se hace vivencia.

Para el 2 de noviembre, escogí el tema «Descubrir nuestras propias raíces». Los

santos y los difuntos que hemos conocido personalmente, incluidos nuestros propios

familiares y antepasados, son nuestras raíces, de las que vivimos. De pie en el acto

litúrgico, meditamos el árbol que somos. Nuestro árbol tiene profundas raíces y

despliega hacia arriba una corona. Somos personas de la tierra y del cielo. Nuestras

raíces son nuestros antepasados, su energía vital y la fuerza de su fe. Con los ritos

participamos de su fuerza vital y de la energía de su fe.

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